Pedro Alberto Cruz Sánchez

Mal tiempo para la música

Las cifras del 2012 no dejan lugar a dudas: el consumo de música en España sigue en caída libre y, desde 2001, el total acumulado alcanza el 77,5 % menos de volumen de negocio. Está claro que el problema no se encuentra solamente en la retracción del gasto cultural: desde 2001 son siete los años en los que no existía depresión económica, y en los que, sin embargo, la venta de música en España ya experimentaba datos negativos. Parece que el problema de origen habría de situarse en el analfabetismo digital que singulariza negativamente a nuestra industria cultural y que ha motivado que, en paralelo al descenso en las ventas de copias físicas, no se haya producido un crecimiento del mercado digital a la altura del de otros países.

Pero hay más: a nadie se le escapa que, con la llegada de la democracia, la música autóctona adquirió una dimensión social sin precedentes, hasta el punto de convertirse en el foro de expresión más identificativo, plural e insobornable de la nueva España. A día de hoy, este calado social ha desaparecido casi sin dejar rastro. Únicamente en el ámbito de la música independiente se asiste en España a una recuperación de viejos sentimientos generacionales y de resistencia que, sin embargo, no han sabido ser modulados por la industria a la hora de amplificarlos al gran público. Y es que en España la estrechez de miras de las discográficas ha abierto una brecha casi insuperable entre la música reproducida en las radios fórmula y aquellas propuestas clasificables como «alternativas». De ahí que la creación de nuevos públicos resulte cada vez más difícil, y que las lamentaciones que tienden a tirar balones fuera y a autoexonerarse de cualquier culpa de la actual situación pequen de un reduccionismo un tanto miserable.