Restringido
Mando y liderazgo
El elemento esencial de la función militar es el mando, facultad que se otorga a un militar para dar órdenes y hacerlas cumplir. De aplicación en todas las actividades militares, está especialmente pensada, calculada, articulada y dirigida hacia la más genuina, al combate. Hay otras actividades militares que no son de combate, como las administrativas, burocráticas, de guarnición, de instrucción, servicios, etc., en las que la acción del mando no es tan crítica.
El liderazgo, que irrumpió en los primeros años del siglo XX, se consolidó en los años 60-70 con la estandarización y categorización de las habilidades y capacidades necesarias para la buena dirección y gestión de grupos y empresas. Se configuró como un conjunto de técnicas que capacitan para influir con eficacia en un grupo, y motivar a sus componentes hacia los objetivos sin que se sientan coaccionados. Una especie de fórmula eficaz y casi mágica para la dirección y gestión, que dio paso al líder como sustitutivo del presidente o director, y que mejoró considerablemente la dirección y gestión tradicionales.
Llegó al ámbito castrense como liderazgo militar, pero con interferencia evidente en aspectos tan esenciales como el mando. Dan fe de ello los manuales dedicados al mando como líder, y las valoraciones del Ejército como sistema de liderazgo militar, o de las Academias Militares como centros de formación de líderes.
Pero el mando, que es la facultad y capacidad para dictar órdenes, autoridad para hacerlas cumplir y responsabilidad plena de su ejecución, sólo tiene sentido con el cumplimiento preciso de las órdenes recibidas, en todo momento y circunstancia, en situaciones de combate y de no-combate, realidad que diferencia sustancialmente al mando de cualquier otra actividad directiva. La clave de la función militar radica pues en el cumplimiento de las órdenes.
Consecuentemente, la formación de los cuadros de mando militares se dirige a la acción del mando en combate, pero también en actividades y situaciones de no-combate. Se centra muy especialmente en sus tres aspectos básicos (intelectuales, morales y técnicos) que son los que capacitan para los tres actos esenciales del mando: concebir, decidir y conducir. Esta línea es la que ha de seguirse en la Academia de formación, en el proceso de perfeccionamiento y en la permanente escuela de mando de las unidades.
El propósito de esas tres capacidades esenciales es garantizar –en la medida posible– la decisión más adecuada al problema militar planteado, y se desarrolla con las misiones a los subordinados; argumento y proceso que han de motivarlos suficientemente. Pero en el combate –y en algunas situaciones de no-combate– actúan factores reactivos (riesgos, sacrificios, penalidades, adversidades, contrariedades...) que dificultan o entorpecen esa motivación, pero el mandato recibido implica su superación, incluso mediante la coacción. El mandato de la misión recibida no admite modificaciones, interpretaciones ni aplazamientos, por lo que la clave de la función militar es el cumplimiento preciso, exacto y oportuno de la misión.
El primer interesado en que las órdenes motiven a sus subordinados es el propio jefe, el mando que las dicta, porque así despertará en ellos una actitud positiva y proactiva, sin artificios ni concesiones, y sin influencias ajenas a la decisión, teniendo muy claro que, si la motivación falla o es insuficiente, el mando, por el carácter imperativo de la misión recibida, tiene la obligación ineludible de imponerla. Y es que, como bien dijera Ortega, mandar no es simplemente convencer ni simplemente obligar, sino la exquisita mixtura de ambas cosas.
Como ya se apuntó, en muchas de las tareas militares de no-combate, la acción del mando no es tan crítica y, en cierta medida, se aproxima a la función directiva o gerencial civil, por lo que, en determinadas condiciones, pueden hacerse concesiones a las técnicas del liderazgo.
Una diferencia importante es que el mando actúa de forma equilibrada en sus tres actos esenciales (concebir, decidir y conducir), mientras que el líder actúa especialmente en la conducción, que potencia mediante el convencimiento.
A modo de conclusión cabe señalar que la formación de los cuadros de mando, desarrollada a lo largo de toda la vida militar, debe continuar dirigiéndose prioritariamente al aspecto profesional fundamental, al mando en combate, y secundariamente al mando y dirección en las tareas de no-combate. En la medida en que las técnicas del liderazgo ayuden a mejorar ambas pueden y deben ser utilizadas, pero siempre con carácter complementario, nunca fundamental. Para el mando, el liderazgo puede llegar a ser conveniente y hasta necesario, pero nunca será suficiente. Lo más sensato es integrar las técnicas del liderazgo, en la medida de lo conveniente, en las materias básicas de la formación y perfeccionamiento de los cuadros de mando, como una parte más de la asignatura principal, el Mando.
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