Julián Cabrera

Manteros electorales

La Razón
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Todos conocemos esa imagen instalada en cualquier paisaje urbano del mercadillo a ras de suelo que montan para subsistir esos infortunados subsaharianos que conocemos popularmente como «manteros». El tenderete de estos inmigrantes llegados huyendo de la miseria más extrema es esa simple manta atada en sus extremos a una cuerdas de las que no hay más que tirar para que el producto a la venta –en la casi totalidad de los casos falso o mal rematado– se pliegue en un saco improvisado para iniciar la huida cuando se atisba la presencia policial.

Lo que está ocurriendo en esta agitada etapa de precampaña electoral a propósito de las propuestas programáticas de los partidos, en unos casos poco concretadas, globos sonda en otros, oportunistas y recurrentes casi siempre y lo peor, alejadas en alguna ocasión de las preocupaciones de los españoles tiene mucho de ese «top manta», no tanto por la calidad y solidez del producto que se muestre, como por la estampida posterior a la hora de explicar el cómo, el cuándo y la letra pequeña de la ocurrencia.

No se aleja esto demasiado de reacciones como las de los dirigentes socialistas –candidato a la presidencia del gobierno a la cabeza no dando lugar a preguntas de los periodistas– tras incluirse en su programa electoral la eliminación de la asignatura de religión y la revisión de acuerdos con la santa sede para de paso eliminar la simbología católica de la vida pública. Resulta que algo tan recurrente a la hora de disputarse un discutible puñado de votos con el ala izquierda del electorado como es el manido discurso anticlerical, ni siquiera estaba sostenido en un argumentario más o menos uniforme y claro en los detalles a propósito de qué se quiere hacer realmente con un tema como es el de la asignatura de religión que por cierto, ni siquiera vio enmienda alguna desde el grupo socialista durante el trámite de la última reforma educativa, la «Lomce».

Pero la desbandada a la hora de dar explicaciones sobre la letra pequeña de según qué medidas no queda ahí. Cuando se propone exigir a los partidos por ley que hagan primarias – cuestión aparte es la discutible ejemplaridad de la experiencia socialista desde Josep Borrell– no se tiene en cuenta una más que probable inconstitucionalidad y como todo vale, puestos a ello porque no legislar sobre la obligatoriedad de que un mínimo de formación académica a los candidatos o sobre las comparecencias públicas siempre con preguntas de la prensa o contra las reuniones a puerta cerrada.

Pueden citarse una ingente cantidad de ocurrencias, pero podemos situar la guinda en la propuesta también muy parapetada en la genérica lucha contra la trata de personas de otra ley contra la explotación sexual prohibiendo los anuncios de sexo. Alguien debería recordar que algún periódico como éste, y seguro que a costa de relevantes ingresos, ya fue pionero en la erradicación de esos «clasificados» en sus páginas. La pregunta vuelve a ser la misma: cuando se lanzan propuestas electorales, ¿alguien repara en las preocupaciones reales de los españoles que nos muestra el CIS?