Israel

Mar Muerto

No hablo del que baña la costa interior de Israel y Jordania, sino del que recorrió Ulises y los romanos consideraban suyo. Hoy es de los turistas y del metilmercurio. Llega el Día de la Próstata –dentro de poco tendremos hasta el Día de las Galletas con Tropezones de Chocolate y Sabor a Cúrcuma– y de nuevo vuelven a darnos la vara los de siempre con el camelo de la dieta mediterránea. Siento ponerme antipático, pero cada vez que oigo hablar de esa leyenda sin fundamento, atizada por los intereses de las multinacionales de la alimentación y por los abanderados del patrioterismo hispano, me entran ganas de sacar el revólver que no tengo. ¿Dieta mediterránea? Son los periodistas y los médicos adictos a los tópicos quienes se empeñan en subrayar los supuestos beneficios para la salud de un régimen de nutrición que, para empezar, no existe y, para seguir, sería tan dañino, caso de que existiera, como las medusas que están adueñándose del Mediterráneo. No existe, porque en las regiones ribereñas de ese mar se suceden decenas y decenas de hábitos gastronómicos que tienen muy poco que ver entre sí. Y sería, si existiera, dañino, pues dañinos son casi todos los ingredientes de la dichosa dieta: mucha carne (cerdo, cordero y vaca... ¡A cuál peor!), embutidos, leche, quesos, mantequilla, fritangas, bollería, refrescos embotellados, productos de harina blanca, dulces, azúcar a manos llenas, exceso de sal, alcohol, verdura escasa, poca fruta (en contra de lo que se nos dice y, además, de congelador), grasas trans a granel y estropajoso pescado de piscifactoría en permanente adobo de mercurio. Cierto, cierto... El aceite de oliva es fantástico y los frutos secos también, pero el primero se utiliza mayormente en ensaladas y los segundos apenas se consumen en nuestro país. Es en los del Oriente Medio donde los pistachos, las almendras, las nueces y las avellanas están a diario en todas las mesas y son de altísima calidad. La ciencia ha establecido que viviríamos una tercera parte más de lo que vivimos si comiéramos la tercera parte de lo que comemos. Los gastrónomos y los glotones viven poco. Sólo hay en el mundo una dieta que une lo placentero a lo salutífero: la japonesa. Céntrense en ella.