Portugal

Mario Soares

La Razón
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De pequeña, muchos veranos consistían en atravesar Portugal para llegar a Galicia y pasar allí las vacaciones, con la familia paterna. Ruta Cádiz Ferrol, aventura asegurada. Corrían los años 80, imagina la estampa: nos desplazábamos con maletas, regalos, casetes, cojines, bolsas de plástico para los propensos al mareo, encapsulados todos en un SEAT 132 blanco. Ilusionados y dispuestos a hacer noche, exhaustos de kilómetros con curvas, en cualquier lugar del país vecino.

Durante uno de aquellos periplos, tendría yo 11 ó 12 años, paramos a comer en un restaurante que recuerdo elegante, a pie de carretera. Entramos allí con aspecto de zombies nómadas. Mi hermano y yo, cansinos, teníamos antojo de jamón, así que nuestro padre se acercó a un camarero y le preguntó si podían servirnos una ración. Aquel paisano no entendía ni papa, pero mi padre tampoco se rendía: «Jamón, porco, cerdo...». No había manera, a pesar de la mímica y el chapurreo en gallego. Alguien nos estaba observando, entretanto. Un señor con traje negro, risueño y, lo más importante, con un perfecto español, que vino «motu proprio» a ayudarnos a traducir el menú. «Aquí llamamos ‘‘presunto’’ a vuestro jamón», nos explicó. Con mis padres se detuvo un rato, sumamente cordial y campechano. Antes de abandonar el restaurante volvió a acercarse a nuestra mesa para despedirse y desearnos una feliz estancia en su país. Aquel desconocido encantador nos recordaba a alguien pero solo le identificamos cuando, ya en carretera, atravesamos un pueblo salpicado de propaganda: se trataba, efectivamente, de Mário Soares. El mismo que poco después se convirtió en presidente de Portugal. Desde entonces, sentimos por él una simpatía inevitable.

Su muerte, pellizco en el alma, me ha sumergido de repente en la infancia más remota. Se ha ido con 92 años, longevo. Y aunque nuestros vecinos tenían más que rumiado y asumido su final, la constatación les deja tocados, huérfanos de referentes políticos patrios. Les queda recordar el ejemplo del hombre valiente y comprometido hasta sus últimos días, doce veces encarcelado durante la dictadura salazarista, exiliado, deportado. El político clave de la democracia lusa, el patriarca de todos, el anciano hiperactivo, el escritor vocacional, el conferenciante, el europeísta convencido. Yo añadiría un piropo al ser humano: además de faro portugués, Mário Soares tuvo que ser una gran persona. Su mirada le delataba en las distancias cortas. Aquel día nos la mostró, noble y diáfana. Descanse en paz.