Alfonso Ussía

Márquez

Si el sistema impositivo español no fuera tan agotador para los contribuyentes, el motociclista y campeón del mundo Marc Márquez no cambiaría su domicilio fiscal estableciéndolo en Andorra. No elogio la ejemplaridad, sino la lógica. La comparación es apabullante. En España–cuatro puntos más en Cataluña para financiar las tropelías independentistas– Marc Márquez, que ha ganado millones jugándose la vida a trescientos kilómetros por hora sobre una moto, pagaría más del 50% de sus ingresos. En España no pagan los que tienen, sino los que trabajan, como si trabajar mereciera un castigo. Entiendo que me estoy moviendo por una senda con un precipicio a cada lado. Pero aquí no sirve ni entra el argumento del paro. El Estado que administra a España cuenta con diecisiete autonomías, algunas de ellas con unos niveles de independencia muy superiores a los federales de Alemania. El tonto federal es aquél que insiste, como Pedro Sánchez, en el federalismo cuando España es más federal que los Estados federales. Diecisiete autonomías, diecisiete parlamentos que legislan a espaldas, en numerosas ocasiones, del Congreso de los Diputados y el Senado. Centenares de miles de puestos de trabajo de enchufados y asesores que nada asesoran.

Unos sindicatos que dependen de los presupuestos. Una patronal sometida a los vaivenes y las gracias políticas. Unos gastos generales escandalosos. Eso no se paga con unos impuestos razonables. Se necesita el atraco, la amenaza, la coacción y el sometimiento tributario de quienes ingresan unas cantidades que corresponden a sus rendimientos laborales, no a rentas, ventas ni movimientos mercantiles. Todo ese despilfarro, que ha llevado al Estado español –me resisto a responsabilizar a España–, a destacar en la corrupción y el abuso de los poderosos, lo pagamos muchos, y entre ellos, Marc Márquez. No resulta simpático su gesto. Pero sí comprensible.

En España, Marc Márquez le ingresaría a Montoro más de cinco millones de euros. En Andorra, no alcanzaría su obligación tributaria la cantidad de cien mil euros. Estoy escribiendo mi artículo diario –descanso un día–, de LA RAZÓN. No gano lo mismo que Marc Márquez porque mis riesgos son otros y la prensa escrita nada tiene que ver con el motociclismo. Pero he alcanzado ya la mitad del artículo, aproximadamente. Todo lo que he escrito hasta la línea que está a la vista del lector, es para la Hacienda de Montoro. Con mis palabras también se financian los partidos políticos, y mucho me temo que dos o tres de ellas las terminen cobrando Arriola o Pablo Iglesias. Me siento profundamente español, y cada día que pasa más orgulloso de serlo y de sentirme. España no me ha fallado. El Estado sí. Ha abusado de mí y de cuantos trabajan, no para mantener a los desafortunados que sufren el paro, sino para sostener el inmenso tinglado del derroche público.

No poseo la singularidad especial para domiciliar mis impuestos en Andorra. Trabajo para una empresa periodística española con su sede en Madrid. Mi popularidad o impopularidad son parciales y modestas. El riesgo está en mis palabras, pero no en sortear a la muerte en cada curva montado en una moto que supera los trescientos kilómetros por hora. Me asustan hasta las «vespas». Marc Márquez, además de competir, gana. Gana en las carreras y por consiguiente, gana también para su bolsillo. Ni él, que es millonario por su trabajo, ni yo, que gano lo que necesito para vivir y no puedo quejarme de nada, merecemos tributar más del cincuenta por ciento de nuestros ingresos para mantener el desmadre de la chulería pública. Aun así, creo que de ingresar lo mismo que Márquez, con todo el dolor de mi corazón y de mi bolsillo, tributaría en España. Nada tiene de patriótica su postura, pero es perfectamente comprensible, y desde el punto de vista de la lejanía de las raíces, no es objetable. Por otra parte, si en España la angustia tributaria de los que trabajan es grande, en algunos de sus territorios autonómicos, como Cataluña, la presión es aún mayor y para millones de catalanes, injustificable. Si Márquez viviera en Madrid, pagaría cinco millones de euros. Por hacerlo en Barcelona, supera su obligación los cinco millones y medio. En Andorra, no llegaría su deber a los cien mil euros. Demasiado para exigir patriotismo a un joven que, con toda probabilidad, no tiene enraizado el sentimiento de España.

Eso sí. Una parte proviene de Repsol. Que al menos, ese alto porcentaje le obligue en España. Pero no merece desprecio ni insulto. Los grandes campeones no tienen la obligación de ser gilipollas.