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Alfonso Ussía

Matamoros condenada

La Razón
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A punto de volar hacia Wolfsburgo, leo noticias acerca de una mujer llamada Laura Matamoros. Emilia Landaluce afirma que es la mujer más guapa de España. Laura Matamoros participa en un programa de la cadena de Berlusconi en España, «Gran Hermano VIP», del que no puedo opinar porque no lo he visto jamás y creo que voy a seguir en el empeño. Su gran pecado, haber silbado o tatareado el «Cara al Sol» en un momento de relajamiento o intimidad. Se ha puesto en marcha la Brigada del Amanecer, que exige su expulsión inmediata. ¿Harían lo mismo de haber tatareado «La Internacional», «La Varsoviana» o «El Himno de Riego»? La respuesta es contundente. No.

El «Cara al Sol», del que Albert Boadella opina que debería ser el Himno de España, es una notable composición musical y poética en la que colaboraron diferentes autores, a instancias de José Antonio Primo de Rivera. Puede gustar o no lo que significa, pero es un gran himno. Se compuso en los sótanos de «La Ballena Alegre», y la música es del maestro Tellería. La primera estrofa es de José María Alfaro, Luis Urquijo, Sánchez Mazas, Dionisio Ridruejo, Jacinto Miquelarena y Pedro Mourlane Michelena. Pero todos ellos coincidieron en atribuir su autoría a José Antonio Primo de Rivera. Aceptada la primera estrofa, apareció Agustín de Foxá, que llegó tarde, como era habitual en sus costumbres. Oído el primer tramo del himno, Foxá escribió la segunda estrofa en menos de diez minutos. Y ninguno de los presentes, ni el mismo José Antonio, se atrevió a tocar una sola palabra del texto de Foxá. «Volverán banderas victoriosas/ al paso alegre de la paz»... Foxá puro y duro. Analizado con 80 años de perspectiva –se creó en 1935–, el «Cara al Sol» no puede ofender a nadie. Como en todos los himnos marciales, hay una fascinación por la muerte y el heroísmo y un aliento a la camaradería con la paz en España como fundamental paisaje. Se trata de un himno que se canta hacia el mañana más que al ayer, y carece de la violencia conceptual de «La Marsellesa» y «Los Segadores», por poner dos ejemplos no lejanos. Está compuesto por un gran músico y escrito por estupendos escritores, entre los cuales sobresale Foxá, el único que no renunció a presumir de su participación literaria en la composición. Después de la Guerra, el «Cara al Sol» se fundía con el «Oriamendi», y otros escritores y poetas se sumaron al enigma de su autoría, como Eugenio Montes y Luis Rosales, principalmente.

Silbar o tatarear el «Cara al Sol» no es un delito. Es un derecho. Como el de entonar «La Internacional», o «El Himno del Guardia Fronterizo» de Boris Alexandrov, que yo, desde mi lejanía y discrepancia con el fallido paraíso soviético, interpreto con gran entusiasmo mientras me baño. Por otra parte, muy pocas composiciones marciales pueden superar la categoría artística y literaria de los autores del «Cara al Sol», cuya versión más conseguida es la utilizada por Martín Patino, director cinematográfico de izquierdas, en su película «Canciones para después de una Guerra». Los censores sesgados que pretenden condenar a una mujer joven por tararear en sus soledades el «Cara al Sol», además de necios y enemigos de la libertad, son unos pobres ignorantes.

«De las guerras, al cabo de los años, sólo quedan los himnos y las canciones», escribió el general Eisenhower, presidente de los Estados Unidos de América. Los que murieron por «La Internacional» eran tan españoles como los que lo hicieron cantando el «Cara al Sol». El escándalo es de melones y berzotas.

Bueno, tampoco hay que extrañarse. De los que tanto abundan.