Restringido
Mentiras arriesgadas
A Teresa Romero le salvó la vida la Sanidad pública madrileña, que ni ha sido privatizada ni estuvo nunca en riesgo de serlo, a pesar de la cantidad ingente de demagogia que sindicatos e izquierda desparramaron por las calles. A Teresa Romero la salvaron los médicos que dependían del consejero de Sanidad del Gobierno autonómico, Francisco Javier Rodríguez, que tuvo que dimitir por bocazas, pero no por mentiroso. Quien no había dicho la verdad, o al menos toda la verdad, fue la auxiliar de enfermería cuando se presentó ante la médico de asistencia primaria a quien ocultó, según su propia confesión, que había estado en contacto con los misioneros contagiados de Ébola que, desgraciadamente, no corrieron su misma suerte. Frente a los gritos y amenazas de aquellos días de angustia ahora asistimos a un silencio cobarde de los Tomás Gómez, Cayo Lara y los representantes sindicales. De todos aquellos que utilizaron el dolor y el miedo como arma política para atacar al adversario como han hecho en tantas y tantas ocasiones con aquellos asuntos que se encuadran en lo políticamente correcto que no es otra cosa que una auténtica ley del embudo. Cuando se trataba de cobrarse una pieza política se hartaron de intoxicar a la opinión pública con la inestimable ayuda de quienes sirven de caja de resonancia a los que sólo piensan en alcanzar el poder a cualquier precio. Ahora una manta de silencio se ha extendido para tapar una realidad incontestable: Rodríguez no mintió, simplemente se excedió en sus comentarios seguramente por causa de la frustración que supone sentirse indefenso frente al griterío de quienes no buscan la verdad sino su beneficio. Una verdad, la de que Teresa Romero optó por una mentira que puso en riesgo a otros. Pero éste es un asunto que por lo visto ya no interesa. Rodríguez está en su casa, Teresa en la suya y Dios en la de todos. O no.
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