María José Navarro
Miura
Mi patriotismo, queridos niños, me llega hasta donde me llega. No esperen Vds. que me emocione con la bandera, o que me sienta especialmente convocada los días Doce de Octubre de todos los años. No es mi estilo, soy poco apasionada más allá de mi Atleti y de La Mancha. No soy taurina, no me gustan muchas cosas que pasan, que hacemos, tradiciones que tenemos y detalles de los que presumimos. No soy revisionista ni tampoco me dejo llevar por historias más o menos oficiales y admitidas. Sobre nuestro papel en el Descubrimiento me sobrevuelan nubes y claros y trato de metabolizarlo para encontrarle a la fecha una lectura mucho más global, como si el mundo fuera sólo uno y no nos hubiera quedado más remedio que encontrar la otra mitad del cuerpo. Eso sí: muero por la cabra de la Legión. Ay, amigos, ahí me palpita la patata. Ahí ya les digo yo que me rindo y que encuentro un motivo de los gordos para verme siempre el Desfile militar del Día de la Hispanidad. Que es, por cierto, bien bonito, y por muchas razones. En primer lugar, porque me encanta contemplar a muchas mujeres formando parte del ejército y a gentes de otros países y tonos de piel perteneciendo a nuestra defensa. Me flipa la prestancia de nuestros soldados desfilando bajo la lluvia bajo el lema «Todos somos Lopetegui», su paso firme, su impertérrita actitud. Y me quedo loca con las últimas unidades, entre las que se encuentra la Legión y mi cabra, que en realidad es un carnero y el de este año un señor carnero llamado Miura. Miura paseó el otro día por el centro de Madrid que ríete tú de la Pasarela de la Moda de Nueva York, con su capita y su gorrito. Llevó el paso estupendamente y cuando cogió trote fue ya el acabose, ese trote cochinero, feliz y pizpireto, un trote como de vaca toleando, como de perrillo loco al sentir la arena bajo sus patas. ¡Coño, a ver si me va a hacer patriota una cabra!
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