Cristina López Schlichting
Mosquitos y quesos
Estoy con los taxistas sin rebozo. Si empresas como Uber quieren transportar viajeros, tendrán que pagar impuestos y tener las limitaciones de los taxis, faltaría más. Doy fe de lo horrible que resulta el transporte colectivo en coches en América del Sur, Oriente Medio o India. En Calcuta, por ejemplo, es una ruina para la ropa. El mosquito de la malaria obliga a llevar prendas con manga larga y pernera, y una se sube al taxi con un señor a su izquierda y, a la derecha, una señora con un bebé en brazos. Son gente simpática, así que te estrechas como puedes y sonríes pero, en pleno periplo, el crío te vomita encima. Hay una carcajada general, el conductor te ofrece un trapo y ahí te las compongas tú en el lavabo del hotel para quitarle el olor al traje. En El Cairo, el problema es el tráfico. Viajan contigo un ejecutivo que va al centro; un señor con una gallina, que va a las afueras, y otro joven que va a la mezquita: cuando quieres llegar a tu destino –visto que circular por la ciudad es el puñetero caos– ya se está poniendo el sol. Olvídate de la agenda. Y en el Caribe, el riesgo es el timo. ¿Quién paga qué? Asegúrese bien de si la tarifa es un fijo por persona o se paga por trayecto, porque lo más probable es que le cobren lo suyo y lo de los dos de al lado, que pueden ser un individuo vociferante y otro con un odre lleno de quesos aromáticos, que te hacen pensar que viajas en una yogurtera. No, no y no. Una cosa es quedar con un vecino para compartir coche y otra muy distinta eliminar la comodidad de nuestros taxis con la competencia desleal.
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