Antonio Pérez Henares

Niebla

Niebla
Nieblalarazon

Desde el mosquito al lobo odian la niebla. No hay animal ni terrestre ni aéreo que no se sienta a disgusto con ese meteoro. Los pájaros la detestan. A todos los desconcierta, los aturde, les hace perder rumbos y se sienten mucho más vulnerables.

Otras cosas, la lluvia, la nieve y el viento, tienen sus partidarios y sus detractores. Pero la niebla es enemigo de todos. Y por supuesto del hombre, un animal de superficie.

Me gusta caminar el campo en todas las estaciones y no sólo no me importa, sino que aprecio las noches de luna llena para andarlo. Aguanto bien el agua, disfruto con la nieve, ya tolero menos al viento, pero la niebla me irrita y me intimida. Me hace como a un conejo quedarme en mi guarida y no me atrevo como si fuera un ave a despegar del árbol.

Estos días atrás me sentí perdido en medio de ella como nunca me había sentido y para más coraje en un lugar que conozco como la palma de mi mano. O al menos eso creía. La nieve puede llegar a ser traicionera en este sentido porque borra y difumina muchos de nuestros puntos de referencia, pero es que la maldita niebla los envuelve todos. Tras andar dando vueltas tuve la fortuna de tropezar con un camino. De lo contrario y si no ha levantado, y parecía que no iba a hacerlo nunca, aún sigo dando tumbos entre aquella bruma que parecía un puré de garbanzos. Maldita sea su estampa.