José Luis Alvite
Niebla en Berlín
Fue una pena que ni ella ni yo estuviésemos allí la oscura noche berlinesa en la que nos conocimos. Nos salva que ambos lo hemos recordado con el paso del tiempo y que los dos estamos seguros de que fue lo mejor que jamás nos sucedió. Ella bebía un «Margarita» y parecía abatida, cansada, tal vez perdida. Y yo entré en aquella «boite» porque con su docena y media de peldaños fueron aquella noche las únicas escaleras que no tendría que hacer el esfuerzo de subir. El barman me había servido una cerveza, que era lo que siempre me ponían en Berlín cada vez que pedía cualquier otra cosa en alemán. Le pregunté a ella cómo había hecho para que le sirviesen su cóctel «Margarita» y me respondió que eso era justamente lo que conseguía en aquella «boite» cada vez que pedía una cerveza en alemán. Me dijo que llevaba dos semanas en Berlín atraída por el rumor de que el Muro estaba a punto de caer. «¿Y que te ha traído a ti a Berlín?», preguntó. «La niebla –le dije–. El cielo estaba muy bajo anoche en Compostela y supongo que me confundí en cualquier cruce de calles. Siempre supe que donde quiera que irrumpiese el borrador de la niebla, allí empezaría para mi coche el callejero de Berlín». Recuerdo que en el local sonó «Baby Blues» y que la voz de Barry White nos sirvió de pretexto para bailar en aquella «boite» vacía, mientras en los cansados ojos del barman ocurría a deshora otra pareja en cualquier ciudad. «Me entristece que pueda caer el Muro –dijo– ella porque nos quedaremos para siempre sin la esperanza de que eso pueda suceder». Le dí la razón: «Caerá el Muro y se esfumará para siempre este bendito tiempo de miedo, intriga y gabardinas». «¿Y qué será de nosotros», preguntó. «Nosotros, amiga mía, tendremos la inmensa suerte de no haber estado esta noche en Berlín».
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