Alfonso Ussía

Niñas y marfil

Según un estudio publicado por la Universidad de Colorado, la banda terrorista islámica de Boko Haram financia sus perversidades con el tráfico de marfil. Secuestra a las niñas de los colegios cristianos, son encadenadas y violadas, les obligan a convertirse al Islam, y posteriormente las venden como si fueran vacas. El negocio es rentable, pero aún mejor es el del tráfico de marfil, cuyos mejores clientes son los chinos. Ninguna organización internacional ecologista se ha planteado presentarse en la frontera de Nigeria y Camerún para impedir la matanza de 30.000 elefantes al año. Ninguna organización feminista se ha atrevido a presentarse en Nigeria para manifestarse, en el lugar de los hechos, contra los secuestros, tortura y venta de centenares de niñas que terminan comercializadas como esclavas por los inclementes terroristas de Boko Haram.

Los ecologistas «sandía» se escandalizaron cuando el Rey Don Juan Carlos, con todos los papeles en regla, fue invitado a cazar un elefante en Botswana. Fue invitado a renunciar a la presidencia de Honor de una asociación internacional de Defensa de la Naturaleza, como si la caza de aquel puñetero elefante hubiese significado la desaparición de la especie. También se enfadaron mucho los de Greenpeace, ecologistas dedicados a protestar en donde saben que nada dañino puede sucederles. Los lugares de riesgo no los pisan, y las costas con peligro, sus barcos defensores de besugos y gaviotas renuncian a navegarlas. Que una cosa es defender a una foca en la costa de Escocia y otra muy diferente perder la vida por una foca monje de Nigeria. Que se las apañe la puta foca.

En efecto, ningún ecologista se ha atrevido a regañar, ni siquiera un poquito, un poquitín, a los traficantes de Boko Haram, que han matado en los últimos tres años más de 90.000 elefantes para vender su marfil. El kilogramo de marfil ronda en la actualidad los 3.000 dólares de precio. El sistema que se utiliza es el mismo que Idi Amin ordenó al Ejército de Uganda. Se concentran los elefantes en un valle, y después de lanzarles granadas y morteros, son acribillados con modernas ametralladoras. No se trata de una cacería, sino de una masacre.

Y de las niñas nadie se acuerda. Por haber sido secuestradas en escuelas cristianas, el feminismo español ha reducido tanto su indignación por la barbarie que aún está meditando si dice «mu» o pronuncia «ejem». Las feministas más valientes han optado por un «ejem, ejem», pero el resto está más preocupado por los piropos, y no tienen tiempo para ocuparse de tantas cosas a la vez. Lo mismo que los homosexuales organizados en grupos de presión, que admiten que en Irak, los bravos soldados del Estado Islámico, lancen desde la terraza más alta de Bagdad, atados por la espalda, a los homosexuales, como hacían en España con la cabra del campanario.

En la izquierda ecologista «sandía», feminista subvencionada y del «orgullo gay», las brutalidades protagonizadas por el terrorismo islámico se las pasan por el arco del triunfo. De haber lanzado al vacío en Israel a un ciudadano por su condición de homosexual, se hubiera armado –y con toda la razón– un cifostio internacional. Pero Israel es un Estado de Derecho y democrático, cuyos representantes en la fiesta del «Orgullo Gay» de Madrid no pudieron intervenir para no molestar a los palestinos, cuya facción de Hamas, ejecuta a los homosexuales con enorme precisión y frecuencia.

Puro cinismo y contradicción perversa. Quedan 400.000 elefantes en África. Y aún persisten misiones cristianas con niñas para ser secuestradas, violadas y vendidas a precio de carne. Travesuras de Boko Haram, ningún problema, que aquello queda muy lejos, y además, a ver quién se atreve a decirles algo.