España

No hay mal que cien años dure

Soraya Rodríguez ha escrito una tribuna en el periódico El Mundo en la que intenta explicar porqué ha decidido dejar el PSOE, pero es muy acertado cómo despeja los hitos más destacados del cambio que ha experimentado el Partido Socialista en los últimos años.

Sin duda, es escrupulosa con los hechos, los describe desde la impotencia de alguien que siempre ha defendido las ideas frente a la fuerza. Conozco a Soraya desde hace muchos años, aunque nunca hemos cultivado una gran amistad, y tampoco hemos coincidido siempre en todas las posiciones políticas, le tengo gran aprecio como socialista y un profundo respeto como política.

No es la única que se siente ajena a un PSOE que se está quedando vacío de socialdemocracia, de ideas y de debate filosófico y político, le pasa a una mayoría silenciosa que juega con unas reglas políticas que ya no se estilan.

Antes se discernía entre la discrepancia y el ruido dañino para la organización, se dialogaba, se acordaba y también se votaba para limpiamente tomar decisiones. Ahora, un discrepante es un enemigo de la organización, no se permite el pensamiento crítico, el poder siempre tiene la razón.

Antes se quería ganar para hacer cosas y se discutía a fondo qué era lo que se quería cambiar y cómo se iba a hacer. Ahora, solo se quiere ganar, pero, una vez en el poder, no se sabe qué hacer y solo se usa para seguir en él.

Es como si alguien hubiese puesto boca abajo al partido, lo hubiese escurrido hasta la última gota de su esencia y solo conservase el envase con la etiqueta de la marca.

Afiliarse al PSOE siempre ha sido un compromiso con las ideas y con España, indisoluble, esa es la virtud y, al mismo tiempo, la losa de la organización.

Por eso, cuando leí la noticia de la marcha de mi compañera Soraya, pensé que se equivocaba, porque no puede irse de la política la gente seria, con vocación de servicio público desde las ideas de izquierda y quedarse los frívolos.

Esa dinámica terminaría por tamizar de la política a todos excepto a los cínicos, y eso pondría en riesgo a las instituciones, amén de los partidos. No deberían haberse ido del Partido Socialista los miles de afiliados que lo han hecho en los últimos meses, otros no se han ido pero están ausentes, es lo mismo.

Pero, si pensamos un minuto más, nos daremos cuenta de que el error no es de Soraya, ni de los que se han ido, sino de una dirección que permite que se vayan e, incluso, respira con alivio porque así se consolida el pensamiento único, o más bien, la posición única, porque elaborar un pensamiento requiere de algo más.

La reacción de los socialistas andaluces ante las candidaturas, relegando los últimos puestos a las propuestas de la calle Ferraz, no debe interpretarse ni como una confrontación con la dirección, ni como un instrumento de mera negociación táctica para alcanzar acuerdos.

Debe analizarse como una forma de defender la cultura histórica de un partido en el que las cosas siempre se hacían por algo y no había hueco para el capricho, en el que había solidaridad y libertad para pensar, para hablar y para discrepar.

También había una lógica en la que las personas encarnaban las ideas, por eso era tan importante elegir bien a quién nos representaba. Espero que los miles de militantes como Soraya Rodríguez vuelvan al PSOE, porque ese es su sitio y porque, además, no hay mal que cien años dure.