Cástor Díaz Barrado

Nos espían

No se sabe el final que le espera al informático estadounidense Edward Snowden en su huida de la Justicia norteamericana por haber revelado secretos de la seguridad nacional, lo que ha sido considerado por la Administración norteamericana como delito muy grave. Estados Unidos está llevando a cabo, sin duda, una acción diplomática mucho más inteligente y prudente que Gran Bretaña en el asunto Assange, en el que la errática política exterior británica ha conducido a un callejón sin salida que, con seguridad, perjudicará a este Estado. Las conversaciones entre el presidente ecuatoriano Rafael Correa y el vicepresidente de Estados Unidos Joe Biden, que han sido reveladas por el primero, ponen de manifiesto que las autoridades norteamericanas son conscientes de que, en asuntos de esa índole, no se puede herir la soberanía ni imponer los criterios propios, y que sólo el diálogo político y la persuasión permiten obtener buenos resultados. Parece que se diluye la petición de asilo a Ecuador y que, ahora, todas las miradas se centran en la posición que asuma Rusia en este asunto, en cuyo territorio todo hace prever que se encuentra Snowden. Pero las revelaciones del informático han levantado las críticas no sólo de quienes no mantienen buenas relaciones con Estados Unidos sino, también, las sospechas y el malestar de muchos de sus aliados y amigos. La Administración norteamericana debe dar explicaciones convincentes y detener cualquier programa de espionaje masivo que esté llevando a cabo. La Unión Europea ya ha expresado que se opone a espionajes generalizados y se han sumado a las críticas estados tradicionalmente aliados de Estados Unidos, como Francia y Alemania. Nadie puede negar el derecho de todo Estado a garantizar su seguridad nacional y a llevar a cabo operaciones de inteligencia con este fin. Pero no todo está permitido en las relaciones internacionales y no todos los medios ni fines son lícitos. Estados Unidos debe revisar los componentes de su programa de seguridad y evitar que surjan suspicacias entre sus aliados y profundas divisiones con sus adversarios. El asunto Snowden revela muchas dimensiones. La pugna entre la libertad de expresión y la seguridad nacional se ve afectada, pero si la Administración norteamericana hubiera llevado a cabo un programa de inteligencia mínimamente aceptable, nadie se hubiera sentido indebidamente vigilado y espiado y seguro que no estaría en busca y captura de Snowden. Quizá lo mejor sea olvidarse de la persecución de Snowden y centrarse en restablecer las relaciones con los espiados.