Manuel Coma
Obama y la bomba islámica
Hace falta ser Bibi y Estados Unidos para que un político extranjero pronuncie un discurso en el Parlamento de la nación contra el presidente del país. Netanyahu lo hizo con gran disgusto de Obama, porque el Congreso quiso hacérselo tragar a la Casa Blanca. Muy importante tiene que haber sido la ocasión y el tema para que el líder israelí tense al máximo su problemática relación personal con el americano, asestándole un mandoble peligroso a un aliado indispensable para el Estado judío. Pero es que precisamente vida o muerte es lo que está en juego, vistas las cosas desde Jerusalén. Cuando de eso se trata, Israel no delega su supervivencia en nadie. Los riesgos a los que con su iniciativa somete la relación más que especial entre ambos países son una muestra de esa autonomía pero también un testimonio de su insuficiencia, al menos en el caso que nos ocupa: el Irán nuclear. El israelí se la juega con Obama para arrancarle el apoyo americano por encima de su cabeza.
El tema no suscita la completa unanimidad en Israel. Ésta sólo se da en cuanto al derecho a existir. En todo lo demás, incluido el cómo, lo que llama la atención es la gran pluralidad de opiniones. Aunque sobre el qué hacer haya pareceres diversos, nadie deja de contemplar como existencial, con matices de intensidad e inmediatez, la amenaza nuclear iraní. Para Netanyahu lo es de modo absoluto y su arrolladora prioridad es impedirla. La amenaza no puede ser más explícita, aunque la prensa occidental tienda a descartarla como retórica fanfarronada oriental.
Desde el más alto nivel, pasando por toda la escala jerárquica del régimen islámico, se le dice a Israel, alto y claro y bien públicamente, que va a ser borrado del mapa. Lo curioso es que el tema de Jerusalén no era importante en el imaginario y la doctrina chií. Pero se ha convertido en instrumento obsesivo de propaganda y combate en la pugna por la supremacía religiosa y nacional en Oriente Medio y en el conjunto de la umma o comunidad islámica, en la que los minoritarios chiíes son despreciados como apóstatas, a veces con consecuencias letales, por la corriente mayoritaria suní.
Hasta Obama no han existido discrepancias entre Jerusalén y Washington en la forma de ver la cuestión. A Estados Unidos le preocupa la supervivencia de su único aliado fiable en Oriente Medio, que además goza de genuina simpatía en la opinión americana, pero le preocupa todavía más contener la proliferación nuclear. Obama va más lejos y se cree capaz de conducir a toda la especie humana a un mundo ideal desnuclearizado y a un Oriente Medio casi idílico. Para eso tiene que convencer a iraníes y judíos, a los primeros con ciertas concesiones en lo nuclear, que tendría que imponérselas a los segundos, los cuales las consideran potencialmente peligrosísimas. Algunas mieles para el paladar de Teherán y unas dosis de ricino por el gaznate israelí. Desde su primera toma de posesión, el acercamiento a Irán es la clave de la política exterior de Obama. Sigue pensando que él puede, a pesar de todas la impotencias de su política internacional, si no fuera por Netanyahu y sus fanáticos y por los pestíferos republicanos, pero, debido a su propia opinión pública, no se atreve a ir muy lejos en su indisposición con Jerusalén, aun contado con que los judíos americanos, abrumadoramente izquierdistas y apreciados votantes suyos, no sienten ninguna simpatía por Bibi, su Gobierno y su mayoría, si bien siguen identificados con el país correligionario. En todo este alambicado proceso, Washington ha conseguido enajenarse, sin llegar por ahora a la ruptura por la cuenta que a ambos les tiene, a los tradicionales aliados árabes, los cuales no pueden menos de sentirse representados por las palabras de judío en la solemne sesión conjunta de las dos cámaras americanas.
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