Alfonso Ussía

Olvidadizos

El extravagante escritor Grover Whalen envió una carta a su mujer londinense durante su estancia en Nueva Zelanda: «Querida amiga. Esta tierra es maravillosa y te echo de menos. Grover».

Whalen tenía tres mujeres simultáneamente. Una en Londres, otra en Nueva York y una tercera en Nairobi. Para no confundirse de destinataria, por aquello de su mala memoria, dirigía los correos a la «Señora de Whalen» y omitía en las cartas los nombres de ellas. «A veces lo tengo claro, pero en ocasiones no estoy muy seguro de si Maggie es la de Londres, Peggy la de Nueva York y Sweety la de Nairobi». Veraneaba con Peggy, pasaba la Navidad con Sweety y en sus cruceros se hacía acompañar por Maggie. Las tres se conocieron en el entierro de su marido, y se hicieron muy amigas desde su melancolía de viudas inconsolables.

Un conocido príncipe austriaco establecido en España, también víctima de sus peligrosas lagunas mnemotécnicas, tenía dos familias. Una en Madrid y la otra en México, con la fortuna de que sus hijos coincidían en edades y sexo, de tal modo que, para evitar confusiones, fueron bautizados con el mismo nombre los de aquí y los de allá. Muchos años después de su fallecimiento se supo de su inteligente dominio de la poligamia. Era muy mal hablado y elevaba al plural la contundencia de sus venablos. «Es que tengo “malíssima memorria”, coños».

Contaba José María Aguirre Gonzalo, inteligentísimo banquero que fue presidente del Banesto hasta muy avanzada edad, que recibió en su despacho a un viejo amigo acosado por problemas financieros. Y que no se los pudo resolver satisfactoriamente, porque al amigo se le habían olvidado. – José María, te aseguro que estoy arruinado, pero no recuerdo el motivo de mi quiebra–. Su angustia era tan aguda que había olvidado la causa de sus desdichas económicas.

La memoria es como un músculo. Si se ejercita, se mantiene en forma. Recuerdo de mi niñez lo mucho que me molestaba que en el Colegio de Nuestra Señora del Pilar nos obligaran a recitar de memoria interminables poesías. Nunca se lo agradeceré bastante. «La Pedrada» de Gabriel y Galán, «La canción del Pirata» de Espronceda, y sobre todo, el interminable romance del «Cristo de la Vega», que era tarea de un trimestre. Y el truco mnemotécnico para recordar los concilios ecuménicos: «Ni, Co, Ef, Cal, Co, Co»... Nicea, Constantinopla, Éfeso, Calcedonia... Eran otros tiempos.

Lo sabios de hoy no tienen buena memoria. Se olvidan con facilidad asombrosa de detalles fundamentales. Por ejemplo, el eximio profesor universitario Pablo Iglesias, ejemplar combatiente contra la corrupción que impera en España, ha reconocido que se le olvidó declarar en el Parlamento Europeo, como es preceptivo, lo que cobra de Irán y de las tertulias de las cadenas de televisión. Tiene don Pablo una mala memoria parcial, porque no se le olvida el resentimiento social que con tanta abundancia ocupa buena parte de su ánimo.

Otro sabio, también eximio y prestigioso profesor universitario, don Íñigo Errejón, lector apasionado como su amigo Iglesias de Stalin, consiguió una beca en la Universidad de Málaga, remunerada con 1.800 euros mensuales en contraprestación a un trabajo de gran importancia y a su presencia en la referida Universidad. Pero se le olvidó que existían Málaga, la Universidad de Málaga y la beca de la Universidad de Málaga, aunque no perdiera la memoria en el seguimiento de sus correspondientes ingresos mensuales.

Y a la simpar y titánica comunista de Rivas Vaciamadrid, la eximia doña Tania, se le olvidó durante su presencia como concejal del Ayuntamiento de tan distinguida localidad, que el mayor beneficiado por los proyectos culturales de dicho municipio y por la concesión de un piso de protección oficial, fue casualmente, su hermano. Y no hay corrupción ni nepotismo en esta fortuita coyuntura, sino olvido, mala memoria y, quizá, algo de precipitación.

La memoria débil es así de quisquillosa.