Vacaciones
Otoño
Desde siempre me ha parecido la estación más hermosa en mis Tierras Altas de Soria. El otoño es la placidez de la edad madura. Es una yunta de bueyes arando en la lejanía del campo. Los días acortan, las sombras alargan. Es tiempo de recoger la cosecha de las huertas y de recolectar los frutos silvestres: las maguillas, las bizcobas, las gayubas, las bellotas, las sabrosas endrinas... Tiempo también de sembrar, después de romper, binar y aciemar los campos. Oler a tierra, a mineral y a lluvia. Disfrutar de la armonía serena de la tarde. Oír el ruido de los arados de madera, arrastrados por las yuntas calle abajo. Sentir al anochecer los balidos largos de las ovejas recién paridas. Acudir al Oficio de Tinieblas. Sorprenderse con la primera nevada a pesar de saber a ciencia cierta, sin necesidad de recurrir al Calendario Zaragozano, que en los Santos, nieve por los altos. Escuchar por San Martín el grito desesperado del cochino en el banco de la matanza. Limpiar la escopeta para las partidas de caza, en busca de la liebre encamada en el aulagar y del bando de perdices en el teso o en el cabezo del sabinar, y esperar por el Pilar en el chozo del collado a la torcaz bravía que viene de paso. Contemplar el espectáculo de los chopos del río, que primero se visten de oro y luego los desnuda el viento. Observar cómo el bosque de robles va cambiando el verde oscuro por el cobre. Y pasear sin compañía, lentamente, por el silencio del robledal oyendo sólo las propias pisadas sobre la hojarasca y el chip-chip del petirrojo. Juraría que en las parameras pobres de mi infancia el otoño, con su sinfonía de colores, su olor a tierra y su decadente placidez es la estación más hermosa. Esto sería así con toda seguridad si no fuera porque de un tiempo a esta parte, el otoño en los pueblos significa sobre todo tristeza y soledad. Los que quedan son cada día menos y más viejos. Sólo aumentan, de otoño en otoño, los vecinos del camposanto. El tiempo se acorta peligrosamente y el cielo se cierra sobre los pueblos, que están muriendo en silencio sin quejarse. A los que aún permanecen allí apenas les quedan ya ánimos más que para llevar por los Santos flores al cementerio.
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