Distribución

Otro hallazgo

Mi elixir de la (casi) eterna juventud se enriquece de continuo. Luchar contra el envejecimiento obliga a mantener a raya, embridándolos, a tres de sus caballos de Troya: la oxidación, la inflamación y el galope de los radicales libres. Debo mi último hallazgo, en lo concerniente a ello, al doctor Miguel Litton, urólogo que cuida de mis partes nobles y de la red de cañerías que desagua en ellas. Se trata del Keriba, producto natural al ciento por ciento que se elabora en Madrid a partir del fruto de la granada. Portentosas son las virtudes salutíferas de ésta, que suele brillar por su ausencia en la dieta, supuestamente mediterránea, de los españoles, pese al uso que de ella hacen los países árabes y al hecho de ser España el país del mundo que más granadas produce. Cada cápsula de Keriba contiene la dosis exacta de punicalaginas –ciento diez miligramos al día– que el cuerpo necesita para combatir el estrés oxidativo de los macrófagos de las arterias, aumentar los niveles de glutation, reducir los efectos de los lípidos, equilibrar el riego sanguíneo por medio de la vasodilatación y prevenir, debido a la actividad del óxido nítrico y de las urolitinas A y B, los trastornos vasculares, urológicos y hormonales que suelen darse cita en la retaguardia del cáncer de próstata y de mama o en las enojosas consecuencias de eso que los cursis llaman «disfunción eréctil», antes impotencia. ¿Punicalaginas, urolitinas? Latinajos, bien lo sé, ininteligibles para el común de los mortales. Son las unas y las otras, para entendernos, polinofenoles. Seguro que éstos, por obra y gracia del vino, de la uva y de Revidox, sí que les suenan. La granada triplica el poder antioxidativo del té verde y del tinto de reserva. Todo esto no lo digo yo. Lo dicen, entre otros, la Universidad de California y el doctor Litton. No seré yo quien lo ponga en duda.