Julián Redondo

«Pa» chulo, el Tata

Messi y Neymar, en el banquillo. Primera decisión del Tata, que no fue frivolón sino táctico. La del Cholo, dejar en la grada a Adrián, promesa eterna, y a Óliver, promesa en ciernes. Consumado el primer tiempo, el Barça se retiró al descanso con un empate a cero, que supuso a sus jugadores correr como demonios frente a los diablejos rojiblancos, superados por la presión a que eran sometidos en todo el campo, justo el arma que pretendían exhibir frente a quienes convierten sus más recientes recuerdos en pesadillas. Perseguir sombras es un suplicio.

Martino conservó durante un tiempo los mejores recursos en el banquillo y a Simeone le apretaba el disfraz de Pichi, ese chulo que castiga del Portillo a la Arganzuela... pero «pa» chulo, el Tata, que maniobró con Messi y Neymar en el segundo tiempo, aunque para ello prescindió de Iniesta, el nexo del Barcelona, el futbolista que juega y hace jugar, el que también desequilibra. En ese papel, quien perturba es Diego Costa, el as en la manga del Cholo; gladiador, granadero, artillero, zapador, incordio y luchador infatigable, con presencia arriba, donde produce temblores, y en la retaguardia, para robar el balón y acelerar la salida que sus compañeros aplazan con una parsimonia que sólo explica el cansancio. Pero Costa no se fatiga, aguanta, resiste, va y viene, pero sólo él. Los demás le acompañan y no siempre le siguen. Desborda defensas y a los suyos les cuesta engancharle. Sus 19 goles son el sustento de los 50 puntos que permiten al Atlético situarse a la altura del Barça tras una primera vuelta colosal. No gana a los azulgrana, cierto; pero tampoco pierde.