Iñaki Zaragüeta
Pablo Iglesias, «groggy»
La expresión de Pablo Iglesias al entrevistarse ayer con Mariano Rajoy, por más que se empeñó en disimularlo, distaba mucho de aquella que mostraba en el encuentro tras los comicios del 20 de diciembre, hace casi siete meses, y de sus comparecencias posteriores desde aquellas fechas hasta la noche del 26-J. La frustración de haber fracasado en el «sorpasso» y de no haber obtenido ni un diputado más tras su coalición electoral con Izquierda Unida resulta una medicina demasiado dura.
Todavía fue más serio su semblante a la salida en su comparecencia ante los periodistas. Ni una muestra de satisfacción, aún menos de alegría. Parece claro que evidenciaba la contrariedad de un escenario muy diferente al previsto y a aquella oferta de aceptar una vicepresidencia en un Gobierno onírico de Pedro Sánchez. Ni siquiera mostró confianza en su aventura de configurar una alternativa de «todos revueltos contra el Partido Popular».
Con la vista puesta en lo inevitable, centró su crítica, expresa y velada, al PSOE de Pedro Sánchez en un intento de relevarle como partido de oposición en la próxima legislatura.
Debe de ser muy duro haber intervenido activamente en provocar unas segundas elecciones jugándose el resto para superar a los socialistas como referente principal y encontrarse con los bolsillos vacíos. Se le nota que no ha terminado de digerirlo. Para los caudillos es un contratiempo que no entra en sus previsiones, inimaginable.
El líder de Podemos tiene el consuelo, al menos, de haberse visto con el presidente en funciones durante más de hora y cuarto y no los dos minutos que le concedió el de Estados Unidos, Barack Obama, «para hablar de política» según palabras de Iglesias. Así es la vida.
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