Alfonso Ussía
Paleta y zafia
Siempre que tengo el desasosegado infortunio de toparme con una fotografía de Ada Colau, me formulo las mismas preguntas y me regalo repetidas respuestas. Dejo a la curiosidad de los lectores unas y otras, nada positivas para el individuo en cuestión. Ada Colau es la alcaldesa de Barcelona, una ciudad universalmente admirada y reconocida. Por fortuna, muy pocos de los turistas que visitan Barcelona conocen a su alcaldesa. Y menos aún, a sus íntimas colaboradoras, la que micciona en la calle, el argentino que humilla en el balcón del Ayuntamiento a la Bandera de España, y la poetisa blasfema y premiada que reúne en sus poemas sus obsesiones coñiles, o coñales, o coñetiles o coñetales.
Lo curioso es que haya alcanzado la alcaldía de Barcelona un individuo como ella, prueba de que España, y dentro de España, Cataluña, ha perdido –espero que con carácter efímero– la cabeza.
Ahora se ha comportado groseramente con los militares. Y por ahí no paso. Ha despreciado y humillado públicamente a dos representantes uniformados de la Institución Militar, la más admirada y querida de los españoles. Y lo ha hecho en la inauguración del Salón de la Enseñanza de Barcelona. «No me gusta que estéis aquí. Hay que diferenciar los espacios». Encima los tutea como si desayunara todos los días con ellos.
Si hay un Salón de la Enseñanza, los militares tienen que estar presentes en su recinto. ¿Qué enseñan los militares? Se lo voy a escribir seguidamente al individuo en cuestión. Enseñan valores y principios que el individuo deplora. El amor a España –y a Cataluña como parte de ella–, el honor, el sacrificio, la honestidad, el deber, la disciplina, la promesa de entregar su vida por España y los españoles –el individuo incluido–, la renuncia a la riqueza personal y la avaricia de los políticos, el respeto y el sacrificio en beneficio de sus compatriotas. También, la lejanía de sus familias y el riesgo que asumen en las misiones internacionales a las que acuden en nombre de España y de la civilización occidental. Los militares son los que dan su pan a quienes no lo tienen, los que ofrecen su agua a los sedientos, los que atienden en sus hospitales de campaña a los que sufren enfermedades o heridas, y los que no duermen para que los españoles descansemos tranquilos. Todo esto forma parte de sus deberes, que asumieron felices cuando ingresaron en sus respectivas Academias. Pero además, los militares enseñan buena educación, cortesía, elegancia en las relaciones humanas, ética y estética. ¿Cómo no van a estar presentes en un Salón de la Enseñanza? ¿Qué espacio violan?
El que haya formado parte de las Fuerzas Armadas –yo lo hice, a Dios gracias, desde el más bajo escalafón del Ejército de Tierra– sabe lo que significa el valor de la palabra, lo que supone el compromiso sellado con un apretón de manos, lo que dignifica doblar el esfuerzo para compensar la ausencia de un compañero enfermo, lo que enorgullece hacer guardia mientras el resto descansa, el premio y la recompensa íntima del deber cumplido y la maravilla de la amistad que jamás se rompe.
El que haya formado parte de las Fuerzas Armadas sabe que la estética y la limpieza personal es una muestra de respeto hacia los demás. Sabe que la disciplina que tanto asusta a los vagos y a los necios es una asignatura que se aprueba para toda la vida. Esa disciplina del cuartel o el Regimiento es la misma que se aplica en el trabajo, en las relaciones laborales y en la familia. Todo eso lo enseñan dando ejemplo los militares. Si este individuo disfruta despreciando a los que millones de españoles tenemos como ejemplo, nos está insultando a todos. Y por ahí, repito, no paso.
Zafia, grosera y sobre todo, paleta.
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