José Antonio Álvarez Gundín
Partidos al desnudo
Han pasado ya cien días desde que Mariano Rajoy colgara en internet sus últimas diez declaraciones de la renta, una decisión que le ha convertido en el primer presidente de Gobierno que se desnuda fiscalmente ante los ciudadanos. Pérez Rubalcaba prometió hacer lo mismo, pero se le ha traspapelado el propósito, lo que le priva del título de ser el primer líder de la oposición en desvelar sus secretos tributarios. También han pasado tres meses desde que el PP subiera a la web sus balances económicos anuales. El PSOE todavía no lo ha hecho y no hay indicios de que lo vaya a hacer. La diferencia entre unos y otros parece bastante clara: hay quienes someten al escrutinio público sus cuentas y los hay quienes las ocultan de forma vergonzante. Suscita cierta intriga ese muro de secretismo tras el que se esconden los discípulos de Pablo Iglesias.
Sin embargo, la condena social y mediática se ceba sólo en los populares. Mientras el «caso Bárcenas» adquiere ya proporciones de causa general contra el PP, un tótum revolútum en el que se mezclan medias verdades, filtraciones sesgadas y mentiras manifiestas, los dirigentes del PSOE se parapetan en la escandalera para que nadie repare en que ellos hicieron exactamente lo mismo, empezando por aceptar con sumo agradecimiento los donativos multimillonarios de los constructores. Desde luego que las tropelías de un partido no se justifican por las de su adversario, pero si no reconocemos que los males de la política radican en la tenebrosa financiación de todos los partidos, sin excepción, será difícil dar ese salto cualitativo de regeneración y transparencia que exige a gritos la sociedad. Populares y socialistas no pueden sostener por mucho más tiempo ese duelo a garrotazos del «y tú más» sobre las corruptelas, desidias e irregularidades que tachonan su modelos de financiación. Durante 30 años, los ciudadanos han sido pacientes y tolerantes con los regalitos de los sobres bajo manga, los créditos que no se devolvían y las comisiones a caño abierto. Pero ya no. Han dicho basta y si PP y PSOE no se ponen ya de acuerdo en reformar la ley de partidos para que sus paredes sean de cristal, el malestar social alcanzará cotas irreversibles. Ha llegado el tiempo de la transparencia, de las reglas sin trampas y de los políticos honrados. No valen ya las leyes consentidoras y aun propiciadoras de la picaresca y el chanchullo. Rajoy ha sido el primero en «desnudarse»; ahora les toca a todos los demás. O el sistema de partidos recupera la credibilidad y la confianza del votante o serán los «antipartidos» los que colonicen el sistema.
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