El desafío independentista

Patriotismo

La Razón
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Puede que no le falte razón a Eugenio D’Ors cuando advierte de que el buen patriota debe amar la patria, pero también sus fronteras, y que la patria se puede fiar más de un crítico que trabaja que de un entusiasta que vocifera. Conviene tenerlo en cuenta en un momento de pasiones encendidas aquí y allá, con la exaltación de las banderas más como amenaza al vecino que como legítima afirmación de uno mismo. El amor a la patria ha de ser sereno, acogedor, extendiendo la mirada amable a los territorios fronterizos, tratando siempre de suprimir fronteras mentales. Y, sobre todo, limpiando telarañas en el corazón y evitando la mala sangre de pasadas contiendas. Si no, malo. Hacía años que en España el Día de la Fiesta Nacional no había estado como este 12 de Octubre tan cargado de banderas y de fervor patriótico, como si los españoles, heridos por el desprecio y la rebelión que venía de Cataluña, hubieran despertado de un largo sueño. Sólo en los grandes acontecimientos deportivos habíamos presenciado una exhibición roja y gualda parecida, aunque me parece que no tan significativa ni perdurable. El desfile de la Castellana, más nutrido y ardoroso que nunca, ha sido una reafirmación patriótica ante el desafío catalán.

Muchos españoles han sentido estos días en el rostro el ramalazo del odio o, al menos, del desprecio manifestado por los que enarbolan las esteladas de la separación, que ha alcanzado hasta a los niños de los colegios. Y esos españoles han hecho suyo, con amargura, el reproche de Valle-Inclán en «Luces de Bohemia». Se lo han tirado a la cara a Puigdemont y a Junqueras: «Para ustedes, en nuestra tierra no hay nada grande, nada digno de admiración. ¡Les compadezco! ¡Son ustedes bien desgraciados! ¡Ustedes no sienten la Patria!». Hay pocas cosas más esperanzadoras en este momento que el orgullo herido de los españoles. Pero, a la vez, puede que no haya nada mas intranquilizador para los enemigos de la patria común y para todos. Por eso, como advierte Jerónimo Feijoo, hace falta contención en las presentes circunstancias nacionales. «No hay mucho inconveniente –escribe en el «Teatro crítico universal»– en mirar con ternura el humo de la patria», con tal de que «el humo de la patria no ciegue al que lo mira». Pues eso.