Restringido
Patrón de las Españas
Hoy honramos a Santiago el Apóstol de Cristo que llegó hasta aquella remota España de hace siglos. Quizás pueda ser una buena ocasión para repasar –vertiginosamente– lo que fuimos e hicimos los españoles durante tantos siglos. Y también para tratar de aventurar lo que el futuro nos puede traer.
Todos los años hago un trozo del Camino de Santiago. Cada vez me gusta más. Este año desde el Santuario de Muxia, cerca de Finisterre, hasta la misma Catedral. Siete días andando junto a un grupo de peregrinos amigos por esa buena y generosa tierra gallega da para mucho. Para bromear, rezar, callar e incluso para reflexionar sobre España y los españoles.
Finisterre impresiona. Impresiona el nombre y el concepto. Aquí se acababa la tierra hasta que nuestros antepasados decidieron que no iba a ser así. Además para un marino, cuando ve el sol ponerse sobre la mar, la añoranza de América –es decir de aquella España de ultramar– se hace irresistible. Este trozo del Camino empuja a pensar en religión por la proa y en Ultramar por la estela.
Nuestros antepasados forjaron una personalidad colectiva –muy definida– tras ocho siglos de dura lucha para recobrar una tierra que se perdió en muy poco tiempo por esa maldición de las luchas internas que de vez en cuando aflora en el seno de nuestra convivencia. Conquistar o reconquistar es empresa de siglos. Perderlo todo, solo de meses. Lección de historia que deberían recordar siempre los que gobiernan en nuestro nombre y en busca de la común prosperidad.
Hace siglos pudimos confundir religión con política. Pero quizás no es esto un error exclusivo de españoles. Si cambiamos el intento de imponer una religión por el de una democracia parlamentaria ¿cuántas guerras lleva perdidas recientemente Occidente tratando de modernizar países atrasados? Y en Europa, la pseudo religión del nacionalismo –el creerse mejor por vivir en la orilla blanca que en la negra– cuánto sufrimiento ha causado y aún está causando en Ucrania entre otros lugares. Luego el error de querer imponer con la espada el que piensen igual todos los que viven bajo una misma bandera ha sido bastante frecuente; no sólo sucedió cuando los españoles del siglo XVI encontraron súbitamente las monarquías despóticas indias de América.
¿Quién puede imaginar que Hernán Cortes con cuatrocientos españoles o Pizarro con tan sólo trece podrían derribar unos imperios a no ser que estos últimos fueran despóticos y las tribus sojuzgadas les ayudaran? Con tanto canto últimamente a los indígenas, ¿se nos ha olvidado aquello de los sacrificios humanos de los mexicas? Al menos la mano dura de los conquistadores impuso una religión que mantenía que todos los hombres somos hermanos porque tenemos un Padre común.
En toda conquista se vierte sangre –si no recordemos lo que está pasando en Oriente Medio– pero aquellos españoles europeos eran muy pocos para imponerse violentamente. Para imponerse y mantenerse después en el poder. Realmente fuimos aceptados porque representábamos una civilización superior, con valores que se mezclaron con los autóctonos produciendo algo especial. Algo diferente que lo que está pasando ahora en Afganistán o Irak ¿verdad?
En América estuvimos unos 300 años. De independencia, aquellos criollos que la protagonizaron llevan ya más de 200. Puede que los males de estas queridas tierras sean más debidas a estos últimos 200 que a los remotos 300. Sobre todo porque el Nuevo Mundo añora ahora una unidad que sólo tuvo con los virreinatos bajo la autoridad común de la Corona española. Unión de moneda, de leyes, de fe y cultura y sobre todo con un idioma en el que las palabras madre, amor y perdón significan lo mismo para cientos de millones de personas incluso varios siglos después de que las últimas luces del Imperio se apagaran para siempre. Imperio español, que no colonias, con súbditos a los que no se permitía luchar entre ellos como sucedió cuando nos fuimos; protegidos pues de sí mismos.
Por primera vez desde Trafalgar España tiene los aliados correctos. Un nacionalismo español excluyente sería contraproducente en esta coyuntura estratégica. Pero el aportar a esta Europa que intenta unirse –con dificultades para superar los egoísmos de unos y la golfería de otros– algo de lo mejor de nuestra experiencia histórica: nuestro idealismo, la pasión que ponemos en nuestras empresas, el entusiasmo por nuestras creencias... pienso que podría ser positivo para todos.
Los europeos llevamos siglos recorriendo el Camino de Santiago. Algún ideal común debemos de tener que nos impulse a afrontar fatigas y peligros. Los demonios de los nacionalismos que culminaron en la tragedia de las guerras mundiales quizás nos han hecho olvidar que tradicionalmente los europeos hemos tenido un anhelo de unidad, de superar barreras y fronteras. Quizás sea la nostalgia del perdido Imperio romano. En el Camino tienes múltiples ocasiones de recordarlo. Incluso esta vez nos cruzamos con un escocés con kilt. Lo universal del fenómeno hace a veces olvidar su origen europeo.
Si una vez lo hicimos en las Américas ¿por qué no lo podemos repetir esta vez en una Europa unida sin la cual ninguno importara nada en la globalización? Evidentemente me refiero a aportar algo genuinamente español a esta nueva empresa de todos.
Pido a Santiago nuestro Santo Patrón que nos ayude a recuperar la visión universal pues lo mejor de nosotros los españoles siempre lo damos cuando nos abrimos. Que miremos hacia adelante y no hacia atrás. Hacia la unión, no a la división. Juntos somos mejores.
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