Alfonso Ussía

Peligrosa

Si el presidente de Extremadura afirma que sus viajes particulares los abona de su bolsillo, en principio me lo creo. No tiene aspecto de aprovechado. El PSOE pide su dimisión con la misma intensidad con la que intentó camuflar los centenares de vuelo «gratis total» de su Magdalena Álvarez, que a punto estuvo de conseguir que «Aviaco» pasara a denominarse «Air Maleni». El Senado no informa del flujo viajero de los senadores, y causa extrañeza la información. El amor es otra cosa, y por respeto a la intimidad de las personas intentaré rozar sus consecuencias suavemente, como una caricia.

El marqués de Comillas, aspirante a la santidad, era consejero de la Compañía Vascongada de Ferrocarriles, origen de los trenes sobre vía estrecha. Sus consejeros gozaban de un cupo para viajar gratuitamente en la red nacional, y en las reuniones del Consejo, el Secretario informaba con precisión del uso de esa dádiva. «Señor conde de Cadagua, 2 viajes; Señor Ybarra, tres viajes; señor marqués de Comillas, veinticuatro viajes». Así, en una reunión como en la siguiente y la posterior a la siguiente. Al fin, un consejero muy cascarrabias e iracundo dio un puñetazo en la mesa y con alta congestión sanguinea en el rostro protestó: «¡Si el señor marqués de Comillas quiere ser santo, me parece muy bien, pero no a costa de la Vascongada de Ferrocarriles!». Y no había amor de por medio porque el marqués de Comillas transportaba en su cuerpo una exquisita pureza.

De esta historia, la que peor queda es la mujer visitada por el buen presidente de Extremadura. Ya ha concedido una entrevista iluminada por fotografías que no responden a la discreción ni a la naturalidad. Se dice que en la antigua Nueva Granada, Colombia y Venezuela, nacen y crecen las mujeres más bellas del mundo. Las colombianas, además, hablan un idioma maravilloso, anclado en nuestros Siglos de Oro. Mujeres del campo, me refiero, andariegas y recolectoras de café, que aún mantienen giros semánticos heredados de siglos, como «su merced» o «vuestra merced», que también usan los hombres. El caso es que la señora Olga María Henao no sólo reconoce en la entrevista sus relaciones con Monago –con los problemas familiares que ello acarrea–, sino que desprecia a quien le ofreció su amor con frases hirientes y humillantes: «Yo nunca le pedí a Monago que viniera a verme a Tenerife». La bellísima y nada discreta mujer es militante del Partido Popular, y parece que su militancia le sugiere erupciones volcánicas a extinguir con hombres de su propio partido, por cuanto su actual amor es también diputado del PP por Teruel. Disculpo a uno y a otro por sus pasiones a la vista de las fotografías de la indiscretísima señora. Sólo me inquieta una curiosidad chismosa y nada edificante. ¿Quién será el próximo?

Si los viajes de Monago como senador están justificados y aprovechó su obligación parlamentaria para ir por atún y ver al duque, nada hay que reprocharle públicamente. Y si viajó sólo para ver al duque, es decir, a ella, y pagó de su bolsillo los billetes de avión y estancia en la isla – ha prometido mostrar los comprobantes–, nada hay que censurarle si no existe la envidia de por medio. A la que hay que afearle, desde este momento, su falta de respeto a quien ha sido su extintor durante una temporada es a la señora. Esas cosas no se dicen, ni se reconocen, ni se hacen públicas. Hay mucho de obscenidad y deseos de protagonismo en ello. Ha quedado muy mal. Eso, Adán y Eva en el Paraíso. El hombre no se distingue en exceso de un jabalí en esas cuestiones. Somos primitivos y títeres de nuestras debilidades. La mujer es mucho más inteligente y calculadora, y sus redes son insalvables. Pero todo eso debe quedar, por respeto, en el rincón de la lealtad personal. Será bellísima, pero a ver quien confía en ella a partir de ahora. No obstante, si se empeña, puede que caiga el tercero antes de que estallen de naranjas los flamboyanes.