Alfonso Ussía
Peligrosa ironía
Cumplía mi añorado Antonio Mingote cincuenta años de colaboración diaria en ABC. Me encargaron que escribiera una «Tercera» en su honor. De Antonio y su genialidad lo tenía todo escrito, y pensé que divertiría más a los lectores un artículo en el que detallara sus defectos. Me los tuve que inventar, claro. Y escribí que pinchaba los globos de los niños en El Retiro, que ponía zancadillas por detrás a las señoras mayores, que insultaba a otros paseantes y que se liaba a patadas con todos los perros pequeños a los que sus dueños acoplaban un abriguito invernal. Muchos no entendieron el espíritu irónico del texto y recibí toda suerte de improperios y descalificaciones. La ironía es peligrosa porque pueden caer en su trampa gentes de alto saber y gobierno. Escribí un artículo en el que ensalzaba un balneario islandés, al que acudí –cómo no–, con Antonio Mingote, Jaime Campmany y Jose Luis Martín Prieto. Después de someter a los huéspedes a una friega corporal con escamas de salmones hembras, había que zambullirse en el lago Kifloejj –también inventado–, y nadar durante cinco minutos. El resultado era asombroso. Se perdían, sin apenas esfuerzos, veinte kilogramos de peso por cada sesión. En un receso académico, Torcuato Luca de Tena le pidió a Mingote que le facilitara el teléfono y dirección del balneario milagroso para reservar una semana de estancia en el siguiente verano. Y a Jaime Campmany le persiguió con el mismo fin el presidente de una gran empresa que insertaba abundante publicidad en su semanario «Época». El ex ministro Mortes Alfonso, presidente de «Nestlé». Escribí que Antonio Mingote y el que firma se adentraron en la selva del Amazonas para estudiar a los indios cururúes – inexistentes–, y que Antonio sedujo a la hija del Gran Jefe, aquí te pillo y aquí te mato. Nos escapamos. Pero los cururúes atravesaron el Atlántico para vengarse, y al no poder hacerlo de Antonio eligieron a su mujer, Isabel Vigliola, a la que dispararon una flecha que le atravesó un muslo y hubo que ingresarla en el hospital. Se interesó por su estado de salud y la gravedad de la herida Camilo José Cela. Escribí que el Obispo de San Sebastián – en aquel entonces–, José María Setién era un obispo que no había hecho la Primera Comunión. Y su vicario Pagola me llamó mentiroso, porque sí la había hecho. Escribí que Jaime Mayor Oreja fue nacionalista en su juventud, y se me cayeron los palos del sombrajo y todos los chuzos en punta posibles y probables. Los lectores, indignados. Cuando fue apuñalada la tenista Mónica Seles por un enamorado obsesivo, escribí que la herida punzante en su espalda no se la había producido el apasionado sádico, sino doña Marisa Vicario de un mordisco en un cambio de pista para que su hija Arancha venciera en el torneo. Un portavoz de la familia Sánchez Vicario, enfadadísimo, se quejó amargamente a Luis Del Olmo de mi falsedad. En el programa de radio de Luis Del Olmo «El Debate sobre el Estado de la Nación» hablaba un personaje de mi creación, Jeremías Aguirre, corresponsal de prensa sandinista y apasionado guevarista estalinista.Un personaje ridículo. El embajador de la Nicaragua de Daniel Ortega llamó a Luis Del Olmo para advertirle que tenía un impostor infiltrado entre sus colaboradores porque no había ningún periodista llamado Jeremías Aguirre en Nicaragua. Y recientemente he escrito en LA RAZÓN que soy militante socialista como mi tío tatarabuelo Gregorio Golfuz –¿cómo voy a tener un tío tatarabuelo con semejante apellido?–, y que no me decanto por conceder mi aval a Madina o a Sánchez. La confesión ha producido en algunos amigos y conocidos una penosa decepción. «Ahora lo entiendo todo», me dijo un amigo de la infancia con anterioridad a que yo le llamara «tonto» por habérselo creído.
La ironía es peligrosa. Una tarde de tedio, en la que nada se me ocurría, me dio por escribir que había cenado con Zapatero en La Moncloa, y que éste me ofreció, a cambio de moderar mis críticas, la Embajada de España en Buenos Aires. Recibí al día siguiente la llamada del Embajador de España en Buenos Aires, preocupadísimo por la noticia. «No puedo entenderlo. Apenas llevo dos meses de Embajador y ya me quieren cambiar». Tuve que tranquilizarlo con la cordialidad que me caracteriza.
Esto de la ironía es peligrosísimo.
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