Medios de Comunicación

Peor que la mentira

La Razón
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Hace unos días el diccionario de Oxford decidió que la palabra internacional del año era «postverdad». Lo justifican diciendo que «denota circunstancias en las que los hechos son menos influyentes sobre la opinión pública que las emociones o las creencias personales». Las últimas elecciones en Estados Unidos y el tráfico de noticias falsas han demostrado que vivimos en ese ecosistema de «fantasía política de autoayuda». Este estado placentero y alucinógeno que deja la «postverdad» no es comparable a su tosca antecesora: la mentira. La mentira ha sido siempre elemento de propaganda y aliciente para que el periodismo se luciera. Luchar contra la mentira ha sido relativamente fácil, sólo había que descubrirla, denunciarla y publicar. Ahora el periodismo está quedando fuera del tráfico de los «nutrientes informativos». Los medios seguimos trabajando con los hechos, pero nuestro consumo cae mientras se multiplican las redes alternativas en circuitos ajenos a la calidad y a la realidad. ¿Por qué? porque la verdad siempre tiene aristas incómodas, la verdad es dura y poco moldeable a los gustos de cada cual. Se fue buscando el medio más cercano tratando de encontrar colchón y refuerzo a los planteamientos propios. Ahora eso ya no es suficiente, se quiere ver, leer y escuchar contenido con apariencia de noticia, pero que nos arrulle... contenidos opiáceos que además nos den una justificación ideológica. Hemos llegado a un peligroso estadio de «artrosis intelectual» que lleva camino de la parálisis. Nos quedamos extrañados con la ristra multiplicada de bulos que han corrido por las redes. Seguimos mirando el dedo y se nos escapa la luna. Alguna responsabilidad tendrán los dueños de los canales de difusión. La histeria con el tráfico ha generado otros canales, otros sistemas, otros ámbitos más emocionales que reales por donde corren el fango y la miasma con la percepción de que son ricos manantiales. Para Facebook sería sencillo bloquear las noticias falsas, lo que ocurre es que no les ha dado la gana. Las autoridades temen los efectos regulatorios sobre estos gigantes multinacionales. Todavía persiste una sensación de censura cuando se ponen normas a estas redes solo controladas por sus dueños. Para cualquier responsable público sería mucho más importante la salud mental de sus ciudadanos que «el qué dirán». Así que los que somos de confiar creemos que ese tercer apellido del Ministerio de Energía tiene una importancia capital en nuestro futuro inmediato.