Lucas Haurie
Perfil político: eso es lo malo
De entre las muchas imperfecciones del régimen constitucional del 78, seguramente sea la Ley Orgánica 6/1985 la que más ha lastrado el pleno desarrollo de la democracia. La reforma del poder judicial auspiciada por Fernando Ledesma, un magistrado pasado al lado oscuro como ministro de Felipe González, fue ciertamente siniestra. Alfonso Guerra proclamó con solemnidad la muerte de Charles Louis de Secondat y con ella, el óbito de la división de poderes en España. En ésas seguimos, porque el pacto muñido en la segunda mitad del aznarato por Michavila y López Aguilar abundó en la sumisión de las altas instancias judiciales a las mayorías parlamentarias e ignoró Gallardón (o le hicieron ignorar) en su trienio tenebroso el programa con el que el PP sedujo a casi once millones de ingenuos votantes en las legislativas de 2011. La independencia de la Justicia española, excluidos los jueces instructores, tiene hoy menos creyentes que testigos aseguran haber visto a Elvis Presley veraneando en Benidorm. Por eso insultan a la inteligencia las vestiduras rasgadas del Gobierno ante el toreo sostenido de Bolinaga y ante las recientes excarcelaciones de etarras particularmente sanguinarios; y las que habrán de venir, entre otras concesiones de igual modo oprobiosas.
Se ha saludado el ascenso al Ejecutivo de Alfonso Alonso como un designio de Rajoy para ahondar en el perfil político de sus ministros. Como si Ana Mato tuviese callos en las manos de agarrar el bisturí... Es una significativa coincidencia, en todo caso, que el exalcalde de Vitoria participase en su primer consejo el mismo día en el que Santi Potros volvía a txikitear con su cuadrilla. He aquí dos circunstancias aparentemente inconexas que se enmarcan en el mismo escenario: el blanqueo de ETA y los beneficios a sus gudaris con la consiguiente liquidación del PP vasco de Mayor Oreja, María San Gil e Iturgaiz, arietes primero contra el «proceso» de Zapatero y sacrificados después en el altar de la asquerosa razón de Estado, cuando su firmeza los convirtió en una conciencia incómoda. El flamante ministro de Sanidad, entre otros oyarzábales, rindió tan feo servicio a los señoritos de Génova 13 y ahora ha sido recompensado con una cartera. Perfil político, dicen. Desde luego que sí, aceptada la acepción más cínica del término «política», esa concepción trapacera que ha propiciado el descrédito absoluto de la clase dirigente nacional. Son marxistas, de la rama Groucho. «Éstos son mis principios. Si no le gustan, tengo otros».
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