F-1

Alfonso Ussía

Piratas y chancletas

La Razón
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Se habla de renovar las carreras de Fórmula Uno que se han convertido en un tostón. Y la renovación se ha iniciado eliminando lo más atractivo de la carrera. La fealdad siempre termina con la belleza, por ser más poderosa. Hay más feos que guapos –me considero miembro del primer grupo-, como hay más malos que buenos y más envidiosos que generosos. Los pilotos, que experimentan en cada carrera un adelanto del infierno, soportaban el calor o la lluvia gracias a unas bellezas femeninas despampanantes que los amparaban con grandes paraguas. Pero la fealdad feminazi ha dejado a esas bellezas sin trabajo. «El problema no está en nuestros cuerpos, sino en sus cerebros enfermos», ha dicho una de ellas. Mejor para decenas de millones de espectadores dispersos por todo el mundo. Los Grandes Premios de Fórmula Uno han perdido el interés de los momentos previos al inicio de la carrera. Eran mis imágenes preferidas y la dictadura de lo feo me las ha prohibido. A partir de ahora, no esperaré a que Hamilton se escape para cambiar de canal.

Es de prever que la Organización de esos eventos de velocidad rodante haya pensado en las consecuencias de su decisión. Pueden eliminar las modelos bellísimas, pero no son tan poderosos como para dominar el calor tórrido que padecen los automovilistas en los minutos previos al comienzo de la carrera. Alguien tendrá que sostener los paraguas. Si los dictadores rechazan a la mujer, tendrán que ser hombres los sostenedores de las sombrillas. Con pantalones pirata y chancletas. Preferentemente con abundantes pelos en las pantorrillas para que luzcan mejor con la alta definición de las retransmisiones televisivas. Y si es posible, mal afeitados, que queda más moderno. Ya tiene el trabajo asegurado Rufián para garantizarse el futuro cuando tenga que abandonar la política y renunciar al escaño del Estado invasor que le ha pagado la vida, los viajes, el sueldo y las dietas hasta la fecha que escribo. En la «poole position» Hamilton, como siempre, y Rufián cubriéndolo con la sombrilla, con sus calzonas piratas, sus chancletas, su camiseta sin mangas y el lazo amarillo bajo el tirante. Se comprendería que Hamilton abandonara la Fórmula Uno y se dedicara al «Snooker».

Modestamente, creo acertar cuando recomiendo a los movimientos feministas radicales, que dejen de obsesionarse con las modelos guapas que no hacen daño a nadie, y se interesen más –por ejemplo-, con las detenciones de treinta mujeres en Irán, que han sido encarceladas por negarse a llevar el velo de la intolerancia, de la humillación y de la vergüenza. Creo que dejar sin trabajo a unas mujeres por haber nacido guapas y juncales no es feminismo, sino envidia. Feminismo sería que intentaran impedir las lapidaciones en plaza pública de las mujeres musulmanas que se oponen a ser tratadas y vendidas como si fueran dromedarios. Eso sería feminismo, y valiente. Pero perseguir la belleza es como actuar contra la excelencia de la naturaleza. Y ahí radica todo. En la envidia, en el envoltorio falso que adorna el paquete de la igualdad.

Por mi parte, me declaro partidario de la igualdad de oportunidades, contratos y respetos del hombre y la mujer. Eso es feminismo. No protesto y me siento herido cuando veo en la prensa o en un espacio de publicidad de televisión a un joven guapísimo anunciando una marca de café o un nuevo reloj. Es más, lo entiendo a la perfección y felicito a los que lo han elegido. Y si el tío enseña el culo, que lo enseñe, que ya es mayorcito para elegir lo que se enseña y lo que no.

Pero que por ser guapa, atractiva, alta y trilingüe una mujer pierda su puesto de trabajo, se me antoja abominable. Eso no es feminismo. Es odio a la belleza.