Restringido
Placa y pistola
En EE UU el trabajo policial está imposible. Antes de la plaga de smartphones tú le vaciabas un cargador a un negro y al llegar a comisaría entregabas la pipa y te ibas de copas con McNulty. A media tarde coreabais «The body of an american», de los Pogues, bien sazonados con Jameson. Había que aprovechar la happy hour. En cualquier momento los investigadores desestimarían las denuncias. Explicarían que los testigos iban ciegos de resentimiento. Fue en defensa propia, señoría. No le quedó otra que freír al sospechoso. Tú, limpio de sospechas, volverías a patrullar esquinas. Si alguien exigía cuentas, se le sometía al potro dialéctico. Los partidarios de la mano dura citaron a los nostálgicos de la marcha sobre Wa-shington, cuando Allen Ginsberg llamó a meditar para levantar el Pentágono y medio millón de hippies hasta el culo de ganja entonaron una cantata zen.
Tampoco puede negarse que el de policía en EE UU es un curro chungo. Zumban balas como abejorros en los barrios palúdicos de Baltimore y L.A. Los polis cumplen y sufren. A veces se exceden y un nene de ocho años acaba en la morgue. Los polis lidian con yonquis del armamento pesado, tasas de paro dignas de Puerto Príncipe en los anillos de Washington, balaceras al atardecer en East New York, camellitos en las esquinas de todos los metros periféricos, bandas de pachucos con lágrimas tatuadas en la mejilla. Unos amigos que vivieron en Newark cuentan que era imposible salir a la calle después de anochecer y un día que viajé al South Bronx para un reportaje el taxista no quería esperarme. Le juré que volvía en un par de minutos, después de tirar un par de fotos. Al regresar los nativos habían rodeado su coche. Alucinaban al encontrar un taxi limón en el barrio. No supe si querían abrazarlo o llevárselo a hombros y después cocinarlo.
Tras casi veinte años en picado la tasa de homicidios crece en EE UU. Un 22% en Nueva Orleans. Un 44% en Washington. Un 60% en St. Louis. Un 76% en Milwaukee. ¡Un 9% en la Nueva York de los pisos de quince millones! Aunque el volumen de crímenes sea similar al de cualquier país desarrollado, el de asesinatos no. 29,9% por millón de habitantes frente al 1,4% de Australia y el 1,9% de Alemania. Entre el cuelgue con las pistolas y el estrés de una policía acosada, entre las frutas prohibidas que trajo la cruzada de Nixon el Mentiroso, las draconianas sentencias patrocinadas por Bill el Priápico y el afán por limpiar las calles, el país tiene casi 2,4 millones de personas en el mako. A mitad del verano «The Guardian» contó 696 ciudadanos muertos por disparos de la Policía en seis meses. 1.089 entre agosto de 2014 y agosto de 2015 según la web Encounters. No hay mes en el que un vecino supernormal no se líe a tiros en una guardería. A la ecuación añadan los islamistas fanatizados, que consideran sexy vaciar cargadores en los sesos de un niño. Normal que los políticos en campaña circulen cardíacos. Se venden como mastines del orden, pero en privado reconocen su pasmo.
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