Paloma Pedrero

Pobre de mí

La Razón
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Vivimos enganchados al victimismo sin darnos cuenta de lo poquísimo que nos favorece esa actitud en la vida. Ayer, sin ir más lejos, viví más de un episodio con personas que se sentían importantes por soportar más dificultades en la vida que nadie. Una de ellas llegó a comentar: «A mí los amigos me dicen que si ellos tuvieran la mitad de problemas que yo, ya estarían muertos». Pobrecilla. Esperaba que hiciéramos una loa a su deprimido valor, y no ocurrió. A mí me dio lástima. Yo que me he sentido víctima muchos años sé que es infernal. Y falso. Ya no me creo que esos que andan por la calle, medio sanos y en compañía, sean desgraciadísimos porque el mundo se les ha puesto en contra. Somos responsables de lo que nos pasa y cuanto más cultivamos esa responsabilidad, más felices somos. Porque si son los otros, incluidos los dioses, los que nos castigan sin piedad, no podremos cambiar las cosas, no tendremos capacidad de elección. El destino trágico corre por nuestras venas envenenándonos, dejándonos sin timón. Es curioso, además, porque los que verdaderamente tienen motivo para quejarse son los que menos lo hacen. He trabajado en un hospital nueve años y lo he comprobado. El que tiene que luchar por sobrevivir no tiene tiempo ni ganas de lamentaciones. Su dedicación es sanarse, la que deberíamos tener todos en el día a día. Tenemos tanto que curar... Sentirse el peor tratado por la vida genera mucha impotencia y mala leche. Porque si son los otros los culpables, el mecanismo lógico es aporrearlos. El victimismo está a la orden del día, lo vemos también en el arte y en la política. Pura inconsciencia.