Joaquín Marco

Política y juventud

En poco tiempo han irrumpido en el mundo de la política española una serie de rostros jóvenes que abarca casi todo el espectro ideológico. Parece como si aquella máxima según la cual se valoraba la experiencia haya caído en desuso. Bien es verdad que el PP mantiene sus anteriores equipos, aunque aquí también se asoma de vez en cuando un nuevo rostro, al margen de alguno que se encuentra ya en funciones de gobierno. La juventud ha ocupado desde el centroizquierda a la izquierda tradicional. No es un fenómeno extraño ni siquiera original. Ya en su momento Ortega y Gasset, siguiendo las teorías de Petersen, se adentró en los arcanos del proceso generacional. El filósofo buscaba diferenciarse de los miembros de la promoción anterior con los que andaba mezclado a menudo, que fueron calificados como «generación del Desastre» o «del 98», aludiendo a la pérdida de las últimas colonias, Cuba y Filipinas. Pero aquella promoción entendía, a su vez, que los males de la patria derivaban de los hombres de la Restauración y a ellos había que reprocharles los pecados de la corrupción política del momento. Sería fácil establecer un paralelismo entre aquella situación y la actual. Pero aquella España en poco se parece a la de hoy, ni las complejidades sociales eran entonces tan evidentes. Éste era un país pobre que pretendía mantener su estatus de potencia venida a menos. Una mente tan alerta como la de Pío Baroja escribiría, ya en 1917, un libro casi autobiográfico, preludio de sus tardías memorias, que bajo la influencia de Nietzsche y Schopenhauer, tituló «Juventud, egolatría». Los jóvenes políticos que van a enzarzarse en sucesivas elecciones a lo largo de este año parecen lejos de cualquier inquietud intelectual. Proceden en su mayor parte del campo de la economía, de las llamadas ciencias políticas (como si la política pudiera entenderse como un saber científico), del Derecho y de la propia Administración.

Bien es verdad que los partidos más tradicionales disponen de cuadros específicamente juveniles. Reciben allí su primera formación y vislumbran, entre rendijas, los favores del poder. Un ejemplo reciente ha sido la figura, situada ya lejos de los focos, del que se designó como «pequeño Nicolás». Su formación intelectual era escasa, porque ni siquiera logró superar por sí mismo, el examen de Selectividad. Pero ello no le impidió estar donde pretendía estar, donde creía que se encontraba el presente y el futuro. La mayoría de nuestros jóvenes políticos proceden de las Universidades. En este sentido, el equipo de la nueva formación «Podemos» constituye el ejemplo más evidente. Pese a unos confusos orígenes asamblearios radicales a medida que han ido adquiriendo un cierto peso han disminuido sus provocaciones y se han tornado más moderados. Pase lo que pase en las próximas elecciones griegas, ya Pablo Iglesias se autodefinió como socialdemócrata, aunque paradójicamente reniegue de las ideologías del pasado y hasta de la diferenciación entre derecha e izquierda. Tal vez sus asesores en el ámbito económico, procedentes también del profesorado universitario, posean mayor experiencia y edad, pero el equipo que va forjándose con las prisas electorales son todos jóvenes. No es extraño, pues, que asignen a los cuadros de los partidos tradicionales el calificativo de «casta». Han gobernado o gobiernan y poseen una estructura organizativa amplia. El PP actual procede de los tradicionales partidos conservadores. Porque no es cierto que hayan desaparecido como por ensalmo las ideologías y las clases sociales, capaces de inclinarse hacia uno u otro lado según se sientan más o menos representadas por determinadas políticas. El PSOE heredó una historia centenaria, con sus contradicciones, sus miserias y grandezas. El rostro de su joven secretario general muestra todavía la tersura que poseen aquellos que no han atravesado momentos difíciles. Pero, pese a la juventud, no dispone de la libertad de movimiento de las nuevas formaciones. Los políticos de nuevo cuño, llámense Podemos, UPyD o Ciudadanos, no tienen que defenderse de actuaciones del pasado. Son tan nuevos como jóvenes. Y en la mayor parte de los casos entienden la Transición de la dictadura franquista a la democracia como una serie de errores que convendría rectificar.

También en IU, heredera del PCE, dispone de una historia que pretende ignorar. Las encuestas pronostican un descalabro de la formación en las próximas elecciones, pese al rostro juvenil que ahora la representa. Implicada en acciones de gobierno actualmente en Andalucía, será, según dicen, engullida por «Podemos». Pero también los partidos nacionalistas poseen sus historias. ERC, por ejemplo, tuvo sus cosas antes y durante la República, pero, pese a compartir un gobierno de izquierda no hace tanto tiempo, en oposición a CiU, apenas sí alude a su pasado. También Unió, anterior a la Guerra Civil fue siempre el referente de un nacionalismo moderado de derechas. Habrá que ver qué pasa tras las municipales y si se sitúa al margen de una Convergència, cuya historia queda hoy enturbiada por los casos de corrupción. Junqueras es también un rostro nuevo, aunque menos joven que los que pretenden dirigir, desde la izquierda, la nave del Estado. Y también los hay en el País Vasco, aunque el PNV resulte también partido histórico. Hemos regresado, hasta cierto punto, a las teorías generacionales de Ortega. Los jóvenes políticos observan con desconfianza a aquellas formaciones con historia. Y los partidos que cuentan con ella tratan de ignorar un pasado que, no por razones generacionales, nos ha conducido hasta la situación crítica que estamos viviendo. Los jóvenes, no por el hecho de serlo, ofrecen ideas nuevas. Todos, sin embargo, salvo el PP, que se mantiene impertérrito, hablan de cambios. La corrupción ha llevado a desconfiar de las formaciones históricas, pero también entre los más nuevos aparecen signos alarmantes. Se auguran cambios profundos en el mapa político. Tal vez llegue a cambiar todo para que todo pueda seguir igual. Sin nuevas ideas los jóvenes no lo parecen tanto. Las posibles transformaciones no procederán de la edad de nuestros políticos, sino de su capacidad de analizar una situación concreta y descubrir qué soluciones han de resultar más oportunas: imaginación, claro, y libertad de movimientos.