José María Marco
Por un acuerdo nacional
No hay mayoría para la independencia de Cataluña. Así lo demuestra la encuesta publicada este fin de semana por LA RAZÓN. El resultado corrobora estudios anteriores y la propia evolución del voto. Por mucho que los nacionalistas se empeñen, el voto nacionalista nunca ha superado el 34% del censo en Cataluña. Más aún, hay voto nacionalista que no respalda la escisión: un 21,1 % en el caso de CiU e incluso un pequeño resto en ERC. Probablemente esto importa poco a los líderes de ERC, embarcados en un proyecto de muy largo plazo. Algo más debería importar a CiU, que se está abrasando en el camino de un referéndum imposible.
Que CiU se vaya desgastando no significa que las cosas vuelvan en algún momento a la (presunta) normalidad de antes de esta crisis. El nacionalismo catalán ha llevado el desafío a donde ha pensado que podía llevarlo y a partir de ahora la cuestión de la independencia de Cataluña será central en la vida política, económica y cultural española. Si Mas no se atreve a convocar el referéndum, será en las elecciones autonómicas cuando se vuelva a plantear el asunto, y una vez celebradas estas se planteará otra vez en el Parlamento autonómica, en el que, previsiblemente, ERC jugará un papel más importante aún que hoy. Los españoles estamos abocados a muchos años de desafío independentista, con las consecuencias que eso va a tener para el prestigio de España, para la inversión exterior y para la propia vivencia de nuestra identidad como españoles. De seguir así, acabaremos convertidos en un país inestable, poco de fiar, exasperado y un poco alucinado, sin seguridad en sí mismo.
Si se quiere, la solución está al alcance de la mano. Consiste en un acuerdo negociado por los dos grandes partidos para cerrar definitivamente la cuestión nacional. La constitución de la nación española quedaría así fuera del enfrentamiento partidista, como es obligado en cualquier democracia liberal, y el nacionalismo, independentista o no, quedaría reducido a su verdadero alcance: una opción relevante –cómo no– pero de alcance acotado a algo más del tercio del electorado en la nacionalidad correspondiente. En estos años se han perdido múltiples oportunidades de llegar a este acuerdo. Ahora los partidos nacionales se juegan su prestigio. La desafección de los ciudadanos hacia las instituciones se explica también, y seguramente sobre todo, por esa extravagante apuesta de las élites españolas por construir una democracia sin base ni lealtad nacional. No hace falta ser un especialista en politología para entender que eso no funciona.
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