El desafío independentista
Que se vayan
A las puertas de la Audiencia Nacional se acodó de nuevo la extraña pareja que forman Joan Tardá y Gabriel Rufián. Los nuevos Tip y Coll del independentismo entretuvieron con declaraciones contradictorias, algunas surrealistas, sacadas de un manual de «La codorniz». Rufián hasta se puso chulo, con esa condescendencia que le otorga ser el ombligo del mundo, con Sergio Martín mientras le entrevistaba para TVE. Había que frotarse los ojos para comprender que no era un gag de José Mota, en caso de Rufián, o de Los Morancos cuando se trata del hombre con mostacho, tan educado en las distancias cortas, todo hay que decirlo. El Supremo concedió a los acusados varios días para preparar mejor su defensa, el abogado de Forcadell admitía que la huida de Puigdemont perjudicaba a sus defendidos y, mientras tanto, la pareja animaba los minutos musicales de la espera con el estribillo de que la justicia está politizada y que el ex president lo que buscaba era internacionalizar el conflicto, no perjudicar a nadie. Minutos después, el primer ministro belga daba la orden a su gobierno para que no hablaran del asunto catalán. El fugitivo había conseguido un apagón informativo y la pareja ganose un puesto junto a Rappel. Como videntes, no atisbaron a pronosticar lo que ya era una evidencia y como comentaristas políticos, quedaron más altos los monólogos de Bob Esponja. Cosa ridícula si no fuera seria. Una vez pasado el trago de la pasarela Cibeles de los golpistas, esa imagen a lo «Reservoir dogs» de los hombres de negro, una reflexión se coló en el ánimo como esa mosca que entra en el coche y que entra por una rendija y no le basta todas las puertas abiertas para salir. ¿Qué hacen Rufián y sus cómplices en el Congreso de los Diputados y en el Senado cobrando de los Presupuestos Generales del Estado? Si el Estado es tan malo, tan injusto, tan represor, por qué acogen en su cuenta las 155 monedas de plata, me pregunto, tomando como referencia la propia acusación de Rufián aquel día de circo cuando se atisbaba una convocatoria electoral. Lo sensato, ya que el «Govern» legítimo, o la parte gallina del caldo, está en el «exilio» sería abandonar las instituciones «ilegítimas». Sin embargo, no es esa su intención. Tardá, Rufián y los parlamentarios del PDeCAT seguirán durmiendo sus posaderas en los escaños, como «okupas» en el imaginario del Estado de Derecho. En este puzzle ninguna pieza encaja, cualquier explicación racional se desdice en el siguiente capítulo que convierte «Aquí no hay quien viva» en «Fargo». Un tanto de suspense nacional. Que se vayan, pues, a su parlamento paralelo, donde las leyes se disfrazan a su antojo, y nos regalen una postal de cordura. Y de ahorro.
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