Alfonso Ussía

¿Quién dices que ha llegado?

Hoy se podría publicar de nuevo el dibujo que sirvió de portada a ABC cuando falleció Ramón Areces. De Antonio Mingote, claro. El cielo, las nubes, y decenas de ángeles que van y vienen sobre ellas con bolsas de «El Corte Inglés». Y un querubín que le pregunta a otro: «¿Quién dices que ha llegado?». Hoy ha llegado el sobrino de aquel que llegó, Isidoro Álvarez, uno de los grandes empresarios de España con menos aspecto de empresario. Isidoro parecía un campeón de lucha libre retirado. Seco, directo, bondadoso, y mucho más generoso que su difunto tío y benefactor.Tuve el honor de que aceptara el premio que LA RAZÓN instituyó con mi nombre, y sus palabras constituyeron un canto a la humildad. Reducía su importancia a ser, simplemente, el primer trabajador de «El Corte Inglés» y de su grupo de empresas. Noventa y tres mil nóminas mensuales. Noventa y tres mil familias amparadas por su visión empresarial.

Se había inaugurado la «tienda» –así le dicen– de La Castellana. Me hallaba con mi mujer comprando discos. Entre los compradores que hacían cola para pagar con la tarjeta, descubrí a Isidoro Álvarez. Hacía cola en la caja. Pagó, firmó y fuese. Pensé que «El Corte Inglés» estaba en muy buenas manos cuando su propio presidente se comportaba como un cliente de sí mismo. Con Isidoro Álvarez, la expansión del grupo ha sido estallante, y del mismo modo que muchos españoles viajaban a Londres para conocer «Harrod's», decenas de miles de turistas lo primero que hacían al llegar a Madrid era visitar un establecimiento de «El Corte Inglés».

Isidoro consiguió lo que ha sido imposible para los políticos. Unir a los españoles. En el interior de una tienda de «El Corte Inglés» desaparecen todas las diferencias. En Madrid, en Barcelona, en Valencia, en Sevilla, en Bilbao, en Las Palmas, todas las tiendas son iguales e iguales los clientes, igual la calidad, igual la amabilidad de los empleados e iguales las bolsas. He firmado decenas de miles de libros en las librerías de «El Corte Inglés» de España. Intuía donde me hallaba por los nombres. Muchas «Amparo» en Valencia; «Montse» en Barcelona; «Paloma» en Madrid, «Rocío» y «Macarena» en Sevilla; «Ainhoa» en Bilbao, y si abundaban los nombres guanches y atlánticos, en Las Palmas. Pero el escenario siempre era el mismo. Firmé con Antonio Mingote libros en Las Palmas. Nos dolían los dedos. Cuando abandonábamos la «tienda», un vendedor muy simpático nos explicó que estaban a muy buen precio los mocasines «Sebago». Y nos gastamos una pasta comprando mocasines «Sebago», de los que guardo algún par pendiente de estreno. Areces, Álvarez, Barutell, Hermoso... apellidos que resumen el señorío de una empresa inigualable. Y ahora,también, Manolo Pizarro, que hará con «El Corte Inglés» lo que Rajoy le impidió en el Partido Popular. Mejorarlo.

Isidoro era tímido a más no poder. Y su expresión era de contenida fiereza. Pero se desbordaba de humanidad y sencillez cuando se le conocía. Alguien lo dijo, y creo que fue Antonio Burgos: «España, una nación milenaria unida por la Corona y "El Corte Inglés"». En los días previos a la Navidad, hay gentes que acuden a los establecimientos de «El Corte Inglés» a encontrarse con viejos amigos. «Aquí hay más gente conocida que en el funeral de un fallecido "bien"».

Sobre todo, hay grandeza y orgullo. «El Corte Inglés» nos cae de cine a los españoles porque podemos presumir de su calidad. Con Isidoro se marcha una grandísima persona, un hombre bueno. Pero su obra se queda. Y con ella, las bolsas con los triángulos que dibujó Antonio Mingote sobre las nubes. «¿Quién dices que ha llegado?».