Restringido
Reino Unido y el acuerdo europeo
La cumbre de jefes de Gobierno de la UE ha aprobado las condiciones exigidas por el «premier» británico David Cameron para facilitar la permanencia de Reino Unido en la UE ante el referéndum que está obligado a convocar dentro del compromiso electoral que le llevó a ganar por mayoría absoluta las últimas elecciones generales cuando nadie daba un duro por que así fuera.
Las cesiones que se han hecho por parte del resto de los jefes de Estado para alcanzar el acuerdo están centrando la polémica entre los que consideran estas cesiones inaceptables porque atentan contra pilares básicos de la Unión y podrían ser demandadas por otros países poniéndola en riesgo, y los que consideran que no son tan relevantes si consideramos lo que supondría una salida de Reino Unido de la Unión Europea para su fortalecimiento y futuro, añadiendo que, si se gana el referéndum, se resolvería, al menos por unos años, la permanente amenaza de dicha salida. Dentro de Reino Unido el debate se reproduce entre los que consideran que hay que irse en todo caso, pues es perjudicial para los intereses del país, y los que consideran que el acuerdo justifica sobradamente la permanencia de Inglaterra, pues prácticamente puede vetar todo lo que afecte a sus intereses.
Lógicamente, Cameron considera este acuerdo muy bueno para los intereses de su país, porque le permite seguir accediendo al mercado común sin incorporarse al euro ni a Schengen, y restringir la llegada de inmigrantes según las necesidades y posibilidades de su mercado de trabajo, retrasando la percepción de las prestaciones sociales iguales a las que perciben el resto de trabajadores hasta que lleven un tiempo allí, y condicionando todo a las disponibilidades económicas que tenga el país. De la misma manera, el acuerdo le permite rechazar aquellas decisiones comunitarias que atenten a los intereses de Reino Unido, obligando a la Unión a reconsiderar las que sean rechazadas por el 55% del Parlamento británico. Para los europeístas estas cesiones son una aberración intolerable que no se debería haber admitido.
Al margen de esta discusión sobre el alcance de las cesiones a Reino Unido, me parece necesario también reflexionar sobre las reservas que existen, no sólo en Inglaterra sino en otros muchos países comunitarios, acerca de las bondades y el funcionamiento de la UE. Creo que es indiscutible que para todos los europeos la unión económica y monetaria y la libre circulación de personas ha supuesto una gran ventaja. Tener la misma moneda y poder viajar sin visados, pasaportes, ni fronteras, ha sido uno de los avances que más han contribuido a que los ciudadanos comunitarios perciban las ventajas que les proporciona la Unión. Como también lo ha sido –aunque sea más difícil de percibir–, el papel que el BCE y su política monetaria ha jugado para ayudarnos a superar la terrible crisis económica.
Pero junto a estas evidencias hay muchos casos en los que los ciudadanos ven a Europa y su burocracia muy lejos de sus problemas diarios, hasta el extremo de sentir que, más que resolverlos, se los complica, con una legislación farragosa y alejada de su realidad. Como tampoco les resultan comprensibles algunas resoluciones judiciales que, lejos de contribuir a resolver problemas delicados y específicos de un país, hacen lo contrario, agravándolos y provocando el rechazo social más absoluto, como ocurrió en nuestro caso con la sentencia que permitió dejar en libertad a muchos terroristas y criminales que no habían cumplido sus condenas.
La crisis de los desplazados de Siria ha hecho estallar con toda crudeza el problema latente que todos tenemos y nadie quería abordar, como es el que nuestra capacidad de acogida es limitada y las posibilidades de nuestro Estado de Bienestar también, sin que el buenismo de algunos haya podido evitar lo que ya demandaban muchos ciudadanos. El mero análisis de nuestras pirámides de población, de la esperanza de vida, del cambio del paradigma del trabajo personal y su sustitución por robots y una fuerza de trabajo muy cualificada tecnológicamente, con escasa capacidad de reciclado para generaciones cada vez más jóvenes, el incremento de los costes asistenciales y sanitarios, los salarios más ajustados, llevan a un equilibrio imposible que hace necesario abordar esta cuestión antes de que estalle. Son algunos ejemplos de los retos a los que nos enfrentamos, y a los que la Unión no está dando respuesta. Reino Unido, país de acogida por excelencia, es consciente de estos problemas y quiere tener manos libres para hacerles frente.
Es verdad que el trato distinto de unos y otros países no es aceptable, pero sí es legítimo que cada uno quiera defender lo suyo cuando el conjunto no ha sido suficientemente eficaz y convincente para resolver los problemas. Debemos reflexionar sobre las razones de fondo que hay en la postura que plantea Reino Unido, y sobre los retos urgentes que tenemos que afrontar para hacerlo con eficacia y no sólo con buenismo, si no queremos que nos estallen, hagan aún más fácil la penetración de los discursos populistas que están imponiéndose y se acabe con lo que realmente puede sostenerse por nuestro Estado de Bienestar.
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