Relevo en el PP
Renovación del PP-III
La convocatoria del congreso del PP ha sido, una vez más, una oportunidad perdida ¿Para qué y para quién? Para la democracia, para volver a la política; para volver a preocuparse por los demás; por la sociedad en la que viven; y por el futuro y destino de la sociedad en que vivirán sus hijos; a toda una clase media y moderará española que ha hecho posible sociológicamente la transición democrática pacífica y en concordia en este país. Se ha optado por eliminar el debate ideológico y convertirlo todo en un debate de personalismos, en donde no van a votar ni si quiera el 10% de los afiliados. Todo es apariencia, desfile de modelos, aunque no precisamente de comportamiento. Lo que importa, consiste en «dar mejor en los medios», ser más ocurrente, o «ganar el premio al más vehemente en las tertulias», como ironiza Victoria Camps. Al cabo emotivismo, retórica, sentimentalismo... y ya se sabe: suprimida la razón llega la voluntad... la eterna voluntad de poder.
Ortí Bordas escribe con acierto: Vivimos una época de desafección por muchas cosas, pero de entre todas ellas, el premio se lo lleva la desafección por la política. Todo esto conlleva una visión pesimista, una actitud de abandono y una falta de respaldo al poder. El desencanto provocado por la partitocracia cabe identificarlo con un «absolutismo de los partidos», que ahora consiste en un «despotismo blando», pero que nadie sabe en donde puede terminar. Lo mismo sucedió en la Europa de principios del siglo XX, la falta del debate racional y la separación de la sociedad y la política condujeron al caos, y después a las soluciones extremas y voluntaristas. Basados en esta desafección, surgió Podemos, queriendo encauzar a la «gente» en la política, en un ejercicio de extremo voluntarismo: ¡sí, se puede todo! En ello están, aunque lo único que parecen conseguir es que la política solo merezca la atención de la «gente» cuando «proporciona oportunidades personales de empleo», al igual que el resto de la «casta» o sistema instalado.
Aún está a tiempo el PP de enmendar el entuerto partitocrático, y permitir votar a todos los afiliados que prueben su afiliación histórica, se hayan inscrito o no para votar; al menos, supondría el respeto a la libertad política en sentido positivo: ejercer la participación. También se podría dividir la votación para la presidencia del partido, haciéndola ahora, y después convocar otro congreso más abierto para realizar el debate de las ideas y programas y elegir candidato a la presidencia del gobierno a la persona que mejor los encarne. El PP tuvo siempre un problema durante los gobiernos de Aznar y Rajoy, al no haber bicefalia, o separación de la presidencia del partido y de la del gobierno, el partido se abandona por el poder, y con ello el programa, los principios, la identidad institucional; y en fin, la vida participativa y democrática de sus afiliados; seria, pues, conveniente corregir este error para el futuro, ahora tenemos la oportunidad. La auténtica renovación exige dar una opción a la democracia interna; de lo contrario, desaparecido el líder, desaparecido el Partido.
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