Demografía

Reproducción congelada

La Razón
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Aunque a casi nadie parezca preocuparle –y menos aún a los políticos de todos los pelajes–, lo cierto es que el problema más relevante y de más largo alcance al que se enfrenta la sociedad española es el del vacío demográfico que va dejando nuestro déficit de nacimientos. Es verdad que sólo llevamos siete años en los que su número ha sido menor que el de fallecimientos, pero el asunto se remonta mucho más atrás porque la caída de la fecundidad entre las mujeres españolas en edad reproductiva viene del comienzo de la década de 1980. Ello ha provocado que una parte de la actual falta de nacimientos venga de la mano de que cada vez hay menos mujeres con capacidad para procrear, aunque todavía la parte mollar del problema haya que asociarla al retraso de la edad en la que éstas se plantean tener hijos.

Hay gente de mi generación que piensa que los jóvenes actuales son muy egoístas y que eso hace que nosotros seamos abuelos de pocos nietos. No es así. Los estudios sociológicos muestran que, en España, como en toda Europa, las mujeres desearían tener entre dos y tres descendientes, aunque en la práctica la mayor parte de ellas sólo tengan uno. No es el egoísmo sino la falta de adaptación de la sociedad –y sobre todo de las empresas– a las necesidades de la reproducción lo que nos conduce a ese abismo demográfico. Y está también la mentalidad retrógrada de los gestores empresariales –de la que, curiosamente, dio una extraordinaria muestra la que fuera presidenta del Círculo de Empresarios, doña Mónica de Oriol y de Icaza, cuando despotricó contra la contratación de mujeres de entre 25 y 45 años porque, si se quedan embarazadas, se genera un problema– incapaces de pensar en el mercado a largo plazo. El caso es que ahora creen haberse modernizado porque ofrecen incentivos, en los convenios colectivos, para que las trabajadoras congelen sus óvulos y puedan así retrasar el momento en el que les conviene ser madres –seguramente cuando la empresa empiece a pensar en su despido por considerarlas poco productivas–.

Ni que decir tiene que esa reproducción congelada, aunque sólo sea temporal, no es una buena solución para la cuestión que se plantea. La sociedad no puede permitirse fiar los nacimientos a mujeres añosas, aunque sólo sea porque, entre ellas, la prevalencia de los problemas asociados a los embarazos es mayor que entre las más jóvenes. Sería mejor que contáramos con una mayor oferta pública de escuelas infantiles, con subsidios familiares a la altura de los países más avanzados de Europa, con programas de reciclaje profesional para las madres recientes y con sistemas adecuados de relevo en las empresas mientras dura la atención preferente a los hijos. Si, además, llegáramos a la equiparación salarial de las mujeres con los hombres, entonces seguramente la cuestión demográfica sería menos acuciante. Es en esto en lo que debieran pensar nuestros dirigentes en vez de diluirse en los problemas menores.