Alfonso Ussía
Rima inculta
Ha dado comienzo la persecución pre-judicial de Rita Barberá. Ganó con mayoría absoluta seis elecciones en Valencia. Recuerdo a Tip, gran amigo de la ahora perseguida, cantando a voz en grito la canción «Valencia» con una versión textual propia: «Valencia, es la tierra de las flores y de Rita Barberá». Si se demuestra la culpabilidad de Rita Barberá está obligada a abandonar su escaño en el Senado. Hay otra Rita, no investigada y sí juzgada y condenada a la que nadie pide cuentas y dimisiones. El eficaz equipo de trolls de Podemos en las redes sociales ha conseguido que muchos crean que Rita Maestre ha sido condenada por enseñar las tetas en una capilla universitaria. «Una vive de la teta y la otra es culpable por enseñarlas». Nadie ha condenado a Rita Maestre por enseñar las tetas, entre otros motivos, porque no las mostró. Desnudó su torso manteniendo pudorosamente un horrible sujetador. Rita Maestre ha sido considerada culpable de un delito de odio, de incitación a la violencia contra los cristianos, y por proferir amenazas llameantes. «¡Arderéis como en el treinta y seis!». Rima inculta. La quema de conventos, iglesias, imágenes religiosas, retablos, sacerdotes y monjas no tuvo su arranque en 1936, sino en 1931, con un Manuel Azaña acobardado e incapaz de sujetar a la barbarie. Sucede que «¡Arderéis como en el treinta y uno!» no rima, y la simpleza intelectual de la izquierda siempre busca la rima consonante para impactar con más fuerza en el ánimo de los tontos. «El pueblo unido jamás será vencido», o «el taurino es asesino». Rita Maestre puede desear que los cristianos se conviertan en piras humanas como en 1936, pero en aquellas fechas ya habían ardido los conventos, las iglesias y los religiosos. Del mismo modo que la Segunda República había perdido toda la legalidad en 1934, cuando se fraguó y se culminó el golpe de Estado del Frente Popular que no aceptó el resultado de las elecciones.
A Rita Maestre nadie le ha condenado por enseñar sus tetas en un recinto religioso. Lo hicieron otras que le acompañaron a vejar a los universitarios cristianos, que asistían a un oficio religioso libre y voluntariamente. Rita Maestre enseñó su sujetador. Su delito fue de odio, no de pezones. Y tendría que haber dimitido un segundo más tarde de la redacción de la sentencia, pero no lo hizo porque nadie se lo exigió. «Rita es intocable», le advirtió Pablo Iglesias a Manuela Carmena. Como no ha dimitido el edil Zapata, añorante de las cenizas de los judíos asesinados por los nazis, y reidor de los huesos de las niñas asesinadas en Alcasser para que no le sirvieran de repuesto a Irene Villa, que perdió sus dos piernas en un atentado terrorista de la ETA. Humor negro, según el juez Santiago Pedraz. Por fortuna, la Fiscalía no comparte el sentido del humor del señor juez y lo ha sentado en el banquillo. Pero aun condenado, tampoco dimitirá. Ellos tienen su código ético y la Ley repta por debajo de su contenido.
Rita Barberá ocupa la atención. Personalmente, y por el viejo cariño que siento por ella, le recomendaría la dimisión a la que no está obligada. Su permanencia en el Senado, en el Grupo Mixto, y sin que nadie respete su presunción de inocencia, puede resultarle insoportable. Serán más despectivos con ella los que hasta ayer eran sus compañeros que sus peores adversarios. Si ella se siente culpable, la dimisión es la única salida inteligente. Si cree en su inocencia, la dimisión es un alivio. Pero no un deber. La Justicia en España es lenta, pero segura. Está politizada, pero siempre quedan los recursos altos, menos adheridos a los entusiasmos y compromisos ideológicos de algunos jueces. La lentitud de la Justicia está demostrada en los ERE, en Griñán, en Chaves, en Bárcenas, en Pujol, en Mas, en el conglomerado de la «Gürtel» y en la falta de interés por averiguar el uso y empleo de los millones de dólares percibidos por Podemos de Irán y Venezuela. Pero todo, al final, tiene su cita. Y todo, al final, su inocencia o su culpabilidad.
Para mí, que Rita Barberá debe plantearse de nuevo si es conveniente para ella, que no para su partido que tanto ha ganado por ella, mantenerse en la política activa. Ella no es de contemplar las nubes en una tumbona, pero fuerza interior le sobra para intentar ser moderadamente feliz. La política concede el poder, pero no la felicidad y el poder ya lo ha disfrutado con holgura.
Y Rita Maestre, la partisana inculta, ha sido condenada. No va a dimitir y nadie se lo va a exigir. Ella no pertenece a la masa, a la gente que se obliga a un código ético no escrito. Ella, como Zapata, va a su aire. Por otra parte, ha convencido a los ignorantes de que sufre condena por enseñar las tetas, cuando jamás las ha enseñado. Y le sobra razón al respecto. Otra cosa es un delito de odio, una agresión a la libertad religiosa y una amenaza con rima necia porque en 1936 lo que pudieron quemar sus héroes del pasado ya había ardido.
De tetas nada. De odio. Esa es su culpa.
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