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Sánchez, Iglesias y Díaz: ¿quién engaña a quién?
El acuerdo adoptado por el Comité Federal del PSOE, señalando que su grupo parlamentario en el Congreso votará contra cualquier gobierno del PP y su disposición a intentar formar gobierno si éste último no logra los apoyos suficientes, añadiendo que no lo harán con ninguna formación política que ponga en riesgo la unidad de España, –y presentando esto como un equilibrio entre el secretario general del partido y la presidenta de Andalucía–, es una cesión incomprensible por parte de esta última. O bien responde a la falta de apoyos suficientes para imponer un proyecto serio del PSOE para España en defensa del interés general de los españoles o es una anacrónica y preocupante cesión a ese cordón sanitario de la izquierda anti-PP difícil de entender en una dirigente que huya del simple sectarismo y pretenda un nuevo proyecto de alcance nacional para un renovado PSOE. O es un paso meditado para acabar en nuevas elecciones generales en los próximos meses, que vaya precedido de un congreso en el que sustituir a Pedro Sánchez.
Este último supuesto es un cálculo sumamente arriesgado por cuanto que ya ha habido matizaciones por parte de Pablo Iglesias, descafeinando en apariencia la exigencia de un referéndum en Cataluña para facilitar dicho acuerdo, cosa que sí o sí va a intentar alcanzar Sánchez al precio que sea. Porque sabe que es su única opción para sobrevivir a su contestación interna y a su rival más directa, Susana Díaz, y poder en su caso pasar factura después a sus detractores tras su reforzamiento como posible presidente del Gobierno.
Sánchez está así dispuesto a presentar la semántica creativa de Pablo Iglesias como una renuncia o una cesión de éste a sus pretensiones de convocar un referéndum independentista, aunque sepa que esa aparente matización encierra un engaño propio del radicalismo, al que Sánchez no es reacio como buen sectario que es, dada la situación de inferioridad en la que se encuentra dentro de su partido. Con ello busca hacer difícil que los contrarios o reacios a su persona puedan negarse a aceptar un acuerdo de investidura a una opción progresista con alta probabilidad de un presidente socialista.
Todo esto lo sabe mejor que nadie Pablo Iglesias, que conoce bien la debilidad de Pedro Sánchez, lo escocido que está y las ganas que tiene de consolidarse y pasar factura a sus enemigos externos e internos. Y, para ello, su disposición a comprar ese discurso. Sabe también que su mejor opción, y casi la única, para alcanzar un acuerdo con el PSOE en el que tenga el protagonismo necesario para seguir comiéndole el terreno es Sánchez. Y por supuesto, sabe que el triunfo de Susana Díaz sería para él la peor de las opciones para conseguir sus objetivos y el de su partido. Ni ella pactará con él ni con Podemos, ni ella permitirá que le haga sombra o pretenda hacerle la cama en el caso de que un acuerdo llegara a producirse. Por eso, cuanto más ataca Pablo Iglesias a Pedro Sánchez, más busca favorecer la consolidación de éste al frente del PSOE y provocarle para que plantee esa pelea interna sin concesiones de ningún tipo.
Por eso veremos como Pablo Iglesias, cuanto más factible sea la consolidación de Pedro Sánchez al frente de su partido y la articulación de un pacto de izquierdas para formar gobierno, más irá modulando su discurso en los asuntos que para el PSOE constituyen presuntas líneas rojas, para luego tratar de apuntillarle, y con él al PSOE, su gran rival y su gran objetivo.
Por todo ello, sorprende la posición adoptada por Susana Díaz y otros presidentes autonómicos en el Comité Federal, ya que deberán estar muy atentos a los movimientos del secretario general y de su entorno. Y sobre todo, deberán estar dispuestos a impedir un acuerdo detrás del cual parecen esconderse unas aviesas intenciones por parte de Podemos y sus seguros aliados nacionalistas para acabar con el PSOE y poner en riesgo la unidad de España.
En cualquier caso, o ambas partes se están engañando conscientemente para ganar tiempo, o ambas partes saben que irán antes o después a un conflicto interno que, aparte de llevar casi con seguridad a nuevas elecciones, puede provocar un cambio en la dirección del partido, incluso antes de esa nueva consulta electoral. Y eso es lo que explica los distintos mensajes que desde uno y otro lado se están produciendo a diario, y los cambios de posición de unos y otros. Como también se explican esas mismas idas y venidas por parte de Podemos y su líder Pablo Iglesias, al que también le condiciona la actitud que definitivamente adopte la CUP en Cataluña, y la repetición o no de las elecciones allí.
Es difícil saber cuál será el desenlace, pero intentemos que los árboles no nos impidan ver el bosque.
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