Alfonso Ussía
Se va, se cargan y a Zaragoza
El Tribunal Supremo ha dictado sentencia. Largo y embrollado pleito. Las 112 obras de arte religioso que se exhiben en el Museo de Lérida, pertenecen al patrimonio cultural aragonés y es obligatorio devolverlas a sus legítimos propietarios. No se trata de la opinión de un zaragozano de la calle, sino de una sentencia del Tribunal Supremo. Pero el Presidente de la Generalidad de Cataluña, el reputado tendero Mas, ha decidido no acatar la sentencia del Supremo y quedarse con las obras de arte sacro que no pertenecen a Cataluña. Además de grave desacato, chulería. Este tendero se está pasando de chulo. Una vez más incumple la ley y se pasa por el revuelo de los gayumbos las sentencias del alto tribunal.
Una situación así sólo puede darse en España. El Tribunal Supremo dicta sentencia, y un reyezuelo local se niega a acatarla. Intenten hacer, cualquiera de ustedes, lo que Mas protagoniza en el caso de que estén inmersos en un pleito familiar por una herencia o debate de pleno dominio sobre un objeto o una obra de arte. Si el perdedor del pleito desoye y desprecia la sentencia judicial, y se reafirma en no devolver a su legítimo propietario el bien pleiteado, pasará poco tiempo desde la publicación de la sentencia a la denuncia por apropiación indebida, y el envío de las Fuerzas del Orden a recuperar la obre de arte en cuestión. Delito de desacato, de apropiación indebida y de incumplimiento de las leyes.
El desobediente será llevado ante el juez, y los bienes que no le pertenecen rescatados por la Policía Judicial, la Nacional o la Guardia Civil. Me refiero al caso de un particular, o de una institución artística, o de un museo establecido en un territorio en el que se respetan y se hacen respetar las leyes. Cataluña es diferente. En Cataluña, el máximo representante del Estado es un traidor a cara descubierta del Estado. En Cataluña, el representante del Rey de España, presiona, influye y maniobra para que el Rey de España sea vejado y humillado –y con él, millones de españoles–, de la forma más grosera y deleznable. En Cataluña, no se acatan las sentencias del Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional porque, sencillamente, no les sale de la barretina acatarlas. Y contra esa chulería creciente y rampante de los gobernantes de Cataluña, no se hace nada, porque en España la política está sobrevolada por la más infame cobardía.
Ante un caso como el de las obras de arte sacro que pertenecen al Patrimonio de Aragón, la solución al conflicto es tan elemental como fácil. Se va con una copia de la sentencia del Supremo a Lérida. Se pregunta por la ubicación del Museo. Se demanda la presencia del director del mismo. Se incautan los agentes de las 112 obras de arte reclamadas por sus dueños. Se cargan posteriormente, con sumo cuidado, en los vehículos policiales desplazados al efecto. Se firman los documentos pertinentes, y si el director se niega a estampar su rúbrica en el albarán de entrega, se reseña la negativa y sigue el curso de la operación de rescate. Ya ubicadas y protegidas las obras de arte en los camiones y furgonetas adaptadas para llevar tan preciosa carga, se toma la carretera de salida de Lérida con dirección Zaragoza, y ya en la capital de la autonomía propietaria de las mismas, se instalan o se distribuyen de acuerdo al criterio de técnicos y especialistas. Es decir, se va, se cargan y se trasladan a su sitio.
Pero el terror que produce rozar el tupé a quien está chuleando a toda España –también , como parte de España, chulea a Cataluña–, no es de recibo. El Estado, el administrador implacable de España y sus ciudadanos, se arrodilla ante la chulería, el desacato y la prepotencia de Mas un día sí, el otro también, y el tercer día, con genuflexión doliente y herida en las rodillas. Simultáneamente a la oposición de acatar una sentencia del Tribunal Supremo, se solicita desde la Generalidad una nueva inyección de 2.500 millones de euros – destinados en un alto porcentaje a propagar el odio contra el generoso donante-, y se exige desde los medios de comunicación dependientes de la Generalidad –todos los de Cataluña–, más respeto hacia la familia Pujol, la única familia española que la Agencia Tributaria trata con amor. Porque lo de la Agencia Tributaria y los Pujol es un amor profundamente entroncado desde decenios atrás, y a punto está el matrimonio de los Pujol y Montoro de celebrar las Bodas de Plata., a cuyo festejo, con enorme consternación por mi parte, no podré asistir por haberme comprometido previamente con la Federación Española de Canicas sobre Alfombras de la Real Fábrica de Tapices a asistir a su acto fundacional. Pero prometo hacer lo posible por acudir a las Bodas de Oro.
Quedarse con las cosas de otro es feo. Apropiarse de las cosas de otro, es feo. Negarse a cumplir la sentencia del Tribunal Supremo que demuestra la propiedad de otro y la obligación de reponerle los bienes mal apropiados, no sólo es feo.Es delictivo. Y a los delincuentes hay que perseguirlos, por muy aforados que estén, que ya es hora de terminar con los quince mil aforamientos que hay en España, aunque más lo dudo ahora que antes. Con poderes emergentes como el esnob de Podemos los aforados serán muchos más, y si no, al tiempo.
Pero con Mas no hay otra solución que mandarle a los guardias. No para detenerlo, que ya es tarde. Para quitarle lo que no es suyo y depositarlo en manos de sus auténticos propietarios.
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