Francisco Nieva

Sedimento

Llevaba varios años tratando con José Hernández, el grande y enigmático pintor recientemente fallecido, el más celebrado por intelectuales y poetas. Había que tener una cierta cultura plástica y literaria para sentirse conmovido por su arte extraordinario, que parecía provenir de una gran cultura exótica. Nació en Tánger, cuando allí residía una elite intelectual libérrima y anárquica, que frecuentaban familiarmente desde Truman Capote a Tennessee Williams, cuyo recuerdo ha quedado allí para siempre. El niño creció respirando a plenos pulmones aquel clima cosmopolita, refinado y sin leyes.

Pero, ¿cómo era él físicamente? Algo extravagante, con una melena merovingia –que diría Valle-Inclán– partida en dos y enmarcando el rostro, algo semita. Vestía siempre de negro, y enormes y abultadas sortijas alhajaban sus dedos. Pero era tan convivencial, sencillo y amable que terminaba pareciendo un ser normal. Pero no era normal, como no lo eran sus pinturas, inquietantes, tremebundas, que infundían incógnitos conocimientos de un mundo-otro y como henchido de un sideral misterio.

Familiarizado con él profesionalmente, yo lo miraba como a una persona normal. Pero una noche se me presentó como era. Habíamos cenado en su casa y nos estábamos despidiendo; pero, de pronto, se apareció llevando en sus brazos a una enorme masa peluda y blanda a la que llamaban Sedimento. Era un gato monstruoso, que sólo comía y engordaba en constante reposo. Ese desmesurado animal era de su mundo, como inventado y concebido por él en uno de sus cuadros.

Fue como si le viera por primera vez, como a un mago antiquísimo. Un mago sumerio o mesopotámico, presentándonos aquel monstruo que desbordaba de sus brazos. El gato de Merlín o de Zoroastro, de Pitágoras o Paracelso. Podía ver las manos enjoyadas de Hernández, con aquellos gordos anillos, tan enigmáticos. También él sonreía enigmáticamente ante nuestra sorpresa y admiración. Aquel desmesurado animal era real y los dos parecían el sedimento de un tiempo inmemorial, de un tiempo de lo más remoto y sabio. Un pasado superior y oculto para la Historia. Él y su gato formaban un todo, como imaginado por los visionarios Callot o Grandville. Aquello me causó un impacto inolvidable, casi un trauma. Desde entonces siempre lo traté con escrupuloso respeto, como a un mito viviente.

Sedimento era tan real que un verano muy caluroso, reposando como siempre a los rayos del sol, comenzó a deshidratarse y parecía que estaba muerto. Hernández cuidaba de sus animales domésticos con extrema, rara y piadosa atención. «Hay que salvar a Sedimento. Ahora mismo tomo el coche y lo llevo a una clínica de animales en Málaga, para que le traten de firme y logren salvarle».

Al cabo de cinco horas volvió con Sedimento repuesto, tras haber sorprendido a todo el personal de la clínica con el compromiso de salvar a aquel gato monstruoso, cuyo nombre les hizo reír en consecuencia. Sedimento vivió mucho tiempo más. - «¿Cómo va Sedimento?», le preguntaba de vez en cuando. Un día me dijo: - «Ha muerto ya. Era muy viejo». Y hubiera podido decirme que tenía mil años, como sus pinturas inclasificables, en las que reproducía fenómenos paranormales que suscitaban un miedo metafísico, como el vestigio de un mundo perdido y fagocitado por el tiempo. Y él mismo me lo pareció cuando se presentó con aquel prodigio en sus brazos: «Este hombre viene de otra parte, es como un extraterrestre». ¿Lo ha sido, en efecto? ¿Hemos convivido con un sabio pintor de otro planeta hermano, revelador de ignotos secretos? Misterio africano, tangerino y americano. Juro por Dios que así lo creí en aquel momento de alienación. Una reencarnación prodigiosa.

Conocía, practicaba y enseñaba todas las técnicas pictóricas del pasado. Sus grabados eran conocidos y apreciados en todo el mundo. Precisamente en Japón, especializados en estampaciones y locas fantasías que, a su vez, se han admirado universalmente, porque la estampa japonesa es también un milagro y un tesoro del arte gráfico, también un sedimento milenario. El tiempo lo testificará decisivamente, no hay más que decir. Ricos y felices ya quienes gozan de una de sus obras, como si fueran de Leonardo o Alberto Durero. Más aún, tanto como la mascota felina de Hermes Trismegisto o de Rogelio Bacon.

Espero que su viuda –Sharon Smith, también escritora de un raro talento– nos proporcione alguna foto de Sedimento, el gato extraterrestre, venido directamente del misterio, fenómeno paranormal y suscitado por el genio de Pepe Hernández.