Antonio Cañizares
Servir a España
Con este título comienzo el presente artículo. Es la hora de servir todos a España, en unidad. Necesita de todos y todos juntos hemos de procurar el bien común. Dato fundamental es su unidad, con la diversidad que la caracteriza. Las riquezas de la diversidad deben contribuir a la unidad que somos, asentada sobre bases y principios que la caracterizan en su idiosincrasia propia y común. Para avanzar por este camino, el del bien común y la cohesión social, los españoles debemos liberarnos de las influencias de hechos de otros tiempos que pueden desfigurar la objetividad de nuestros juicios y la rectitud de nuestros sentimientos. Es preciso que tratemos de considerar y valorar el momento presente con serena objetividad y sincero espíritu de unidad y de colaborar todos en el bien común y en el fortalecimiento de lo que somos, en nuestra identidad más propia, colaborar en la reconciliación y vencimiento total de revanchismos y, más aún de odios, de odios que nos anclan en un pasado sin futuro. Para ello, entre otras cosas, necesitamos fortalecer entre todos nuestro sistema democrático elegido libremente por los españoles, en el que todos cabemos.
La recta razón reclama que la sociedad libre, democrática, justa y en paz, se asiente en unos valores, derechos y principios básicos, inmanipulables, no negociables y válidos para todos. Lo contrario la pondría en serio peligro. Por eso necesita de una base antropológica adecuada. La sociedad democrática es posible en un Estado de derecho, más aún, sobre la base de una recta concepción de la persona humana. . El ser humano, el ciudadano, su desarrollo, su perfección, su felicidad, su bienestar, son la base y el objetivo de toda sociedad en convivencia y de todo su ordenamiento jurídico. Cualquier desviación por parte de los ordenamientos jurídicos, de los sistemas políticos o de los Estados en este terreno nos colocaría en un grave riesgo de totalitarismo, incapaz, por lo demás, de lograr una sociedad verdaderamente vertebrada. La razón y la experiencia muestran que la idea de un mero consenso social que desconozca la verdad objetiva fundamental acerca del hombre y de su destino trascendente, es insuficiente cerno base para un orden social honrado y justo; sin esto, tarde o temprano, la sociedad se desmorona y se desarticula.
Hay unas pautas o exigencias morales objetivas que son anteriores a la sociedad o al sistema como ordenamiento jurídico y social, que han de ser garantizadas. Algunos opinan que las normas morales, consideradas objetivas y vinculantes llevarían al autoritarismo. Pero esta concepción desmorona la sociedad, hace tambalearse el mismo ordenamiento democrático en sus fundamentos, reduciéndolo a un puro mecanismo de regulación empírica de intereses diversos y contrapuestos. Una sociedad se mantiene o cae con los valores fundamentales que encarna y promueve. En la base de estos valores no pueden estar provisionales y volubles mayorías de opinión, sino sólo el reconocimiento de una ley moral objetiva, que, en cuanto ley natural inscrita en el corazón del hombre, es punto de referencia normativa de la misma ley civil. En los últimos decenios parece que se han subvertido gran parte de los valores en los que se basa nuestra sociedad. Algunos confunden la realización de la sociedad con la producción libre por parte de cada uno de los ciudadanos de aquellos criterios y valores de comportamiento que considere por sí y ante sí; se cree que esto es la democracia. Pero la democracia como mejor sistema para la vertebración de una sociedad, si no queremos negarla en sus mismas bases, no puede convertirse en un substitutivo o sucedáneo de la moralidad o en una panacea de la inmoralidad. Lo contrario nos llevaría a su destrucción, la pondría en peligro. La democracia es un instrumento de la sociedad, su valor cae o se sostiene según los valores objetivos que de hecho encarne y promueva. El gran riesgo y el gran enemigo de la democracia es el relativismo. «Existe actualmente la tentación de fundar la democracia en un relativismo moral que pretende rechazar toda certeza sobre el sentido de la vida del hombre, su dignidad, sus derechos y deberes fundamentales. Cuando semejante mentalidad toma cuerpo, tarde o temprano se produce una crisis moral de las democracias. El relativismo impide poner en práctica el necesario discernimiento entre las diferentes exigencias que se manifiestan en el entramado de la sociedad, entre el bien y el mal. La vida de la sociedad se basa en las decisiones que suponen una firme convicción moral. Cuando ya no se tiene confianza en el valor mismo de la persona humana, se pierde de vista lo que constituye la nobleza de la democracia: ésta cede ante las diversas formas de corrupción y manipulación de sus instituciones» (San Juan Pablo 11). Cuando se pierde o sistemáticamente se destruye el sentido del valor trascendente de la persona humana, o cuando se dejan de lado las exigencias morales objetivas o la verdad moral, se resiente el fundamento mismo de la convivencia social y política, toda la vida social se ve poco a poco comprometida, amenazada y abocada a su desintegración y disolución. Todos nos sentimos convocados a fortalecer nuestra sociedad y a garantizarle un gran y esperanzador futuro. Será posible sobre estas bases de recta razón que nos unen a todos.
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