César Vidal
Si Cataluña se separase... (II)
Señalaba en mi artículo anterior cómo la secesión de Cataluña tendría como efectos iniciales el desplome del comercio catalán, la salida de la eurozona y un reparto de la deuda que hundiría a la región en la bancarrota quizá en horas. Naturalmente, sólo sería el inicio. Aún peor si cabe sería el impacto de la independencia en las balanzas fiscal, comercial y de ahorro e inversión. Los nacionalistas – rapaces y embusteros– sólo mencionan la primera para sostener la falacia de que «Madrit ens roba». Es cierto que Cataluña aporta unos once mil millones de euros netos a la balanza fiscal de España – mucho menos que la Comunidad de Madrid, dicho sea de paso – y que no tendría que hacerlo si fuera independiente. No es menos verdad que, a cambio, tendría que hacerse cargo de toda una serie de gastos que implicarían una carga tan elevada como para verse obligada, por ejemplo, a disminuir entre un veinte y un treinta por ciento las prestaciones que reciben desempleados y pensionistas en Cataluña. El caso de la balanza comercial no sería el menos trágico porque, a la luz de precedentes como Chequia y Eslovaquia, el comercio entre Cataluña y España se desplomaría en no menos del setenta por ciento obligando a multitud de empresarios catalanes a abandonar aquella tierra para establecerse en Madrid o Valencia. Aún más terrorífico resultaría el impacto de la secesión en la balanza de ahorro e inversión. Tanto la Caixa como el Banco de Sabadell –las dos grandes entidades crediticias con sede en Cataluña– han estado financiando las inversiones en Cataluña con dinero que procede en no menos del setenta por ciento de bolsillos españoles ubicados en otras regiones. De manera más que comprensible, el Banco de Sabadell ya ha anunciado que si la independencia tuviera lugar se vería obligado a trasladar su domicilio fiscal desde Cataluña a otra parte de España. Se trata de una declaración absolutamente sensata que, más o más temprano, tendría que ser seguida por La Caixa por la sencilla razón de que la alternativa sería la quiebra inevitable de ambas entidades. Una vez más, los datos apuntan a una Cataluña que se vería aislada mundialmente –salvo que la reconociera el gobierno de alguna nación no especialmente recomendable como los de Cuba, Venezuela o Irán– pero que, por encima de todo, se hundiría en la suspensión de pagos, la huida empresarial y la incapacidad para mantener las prestaciones que, a trancas y barrancas, todavía dispensa. No es todo.
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