Corrupción en Cataluña

Sigue la operación limpieza

La Razón
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Nunca en España se había puesto en marcha una actuación pública tan amplia y contundente contra la corrupción como la que está teniendo lugar en los últimos años con Mariano Rajoy en La Moncloa. La limpieza atañe, de forma especialmente llamativa y aireada, a gentes del propio partido del presidente. Lo que demuestra que va en serio. Esto ha afectado a la autoridad moral del dirigente popular, candidato destacado a un segundo mandato presidencial, que, sin este sambenito, habría encontrado seguramente ya el camino expedito para la nueva investidura. Una cosa por la otra. Por un lado, avergüenza la cantidad de basura que está apareciendo bajo las alfombras de los despachos oficiales y por el otro se agradece que la Justicia, la Fiscalía, la Policía, la Guardia Civil, la Agencia Tributaria, etcétera, puedan por fin actuar con libertad y contundencia sin encontrar las cortapisas del pasado y, al mismo tiempo, tengan en sus manos nuevos instrumentos legales que faciliten su tarea. Ya no es tiempo de mirar para otro lado, ni es de recibo el indecente aprovechamiento político. El que la hace la paga, aunque en la calle perdure el escepticismo.

Los tentáculos de la corrupción se han introducido en las cajas fuertes de los partidos políticos y han encontrado especiales facilidades, a lo que se ve, en los ayuntamientos, en los que, por cierto, se echa en falta la presencia del cuerpo oficial de interventores independientes. La «operación Térmyca» de ayer, contra la malversación de fondos públicos, que tiene el epicentro en Cataluña, lo confirma. Ha bastado seguir el rastro de la consultora Efial y se han precipitado los acontecimientos: aparatosos registros de la Guardia Civil en ayuntamientos de una decena de provincias y las detenciones de una reata de sospechosos. No será la última redada. Todo indica que la investigación abierta puede afectar de alguna manera, en este caso, a Carles Puigdemont, actual presidente de la Generalidad y antiguo alcalde de Gerona. Contaré, en fin, una historia que viene al caso. Ocurrió en Madrid hace unos días, en el reservado de un céntrico restaurante. Se sientan a la mesa una decena de comensales, entre los que figuran ex ministros, hombres de negocios, diplomáticos y un importante cargo público actual. Hay también un antiguo alcalde de la capital, que cuenta lo siguiente en la sobremesa: «Un día llega a mi despacho del ayuntamiento un destacado empresario catalán y me anuncia que, por fin, se ha decidido y que traslada la sede de su negocio a Madrid. Se lo agradezco sinceramente, él me agradece las facilidades y la atención recibida y, después de unos minutos, lo noto azorado, titubeante. Le pregunto qué le pasa y me suelta bajando la voz y la mirada: “Eh, bueno... querría saber... hablando claro... dónde tengo que depositar el tres por ciento”».