Cristina López Schlichting

Sin entrañas

La Razón
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Cuando la miseria aprieta, más si hay hijos, una mujer puede verse obligada a muchas cosas. La prostitución es una de las peores y, al mismo nivel, puede estar el alquilar el cuerpo para un embarazo. Es difícil elegir. Que te posean como una cosa o que tu cuerpo albergue una criatura que luego has de entregar. Tan duro destino afecta no sólo a las más pobres de Estados Unidos (muchas de ellas mujeres negras con problemas sociales), sino a las de Sudamérica o los Países del Este. A estos últimos acuden, por ejemplo, las parejas que no pueden aportar gametos propios y usan también los óvulos de la madre de alquiler: de esta manera, el niño sale europeo y rubio. Es todo, sencillamente, despiadado. Esta semana se ha votado en el Parlamento de la Comunidad de Madrid una proposición no de ley para instar al Gobierno a la regulación de los vientres de alquiler. La iniciativa era de Ciudadanos, que se hace portavoz de las parejas estériles u homosexuales que recurren a estos métodos y que, afortunadamente, son minoría. Lo alucinante es que Cristina Cifuentes, excelente presidenta de la Comunidad, exigió a los diputados del Partido Popular apoyar la medida. Y que, por el contrario, el Partido Socialista de Ángel Gabilondo se negó a ello, argumentando a favor de la mujer. Podemos también votó en contra. Dicen que la derecha lo tiene difícil en España, pero a veces se lo merece. ¿Cómo es posible que abdique de la defensa de personas tan endebles? En el centro de la política no han de estar los intereses, sino el ser humano. La madre de alquiler es, en la inmensa mayoría de los casos, una víctima social. No me explico la actitud del PP de Madrid. Sobre todo ante unas posibles elecciones, en las que se ve arrinconado por quienes le afean falta de coherencia en la defensa de los principios demócrata cristianos. La PNLV votada ni siquiera es útil, es mero postureo. Es, como indica su nombre, una «propuesta» de «instar» a un eventual ejecutivo a regular los vientres de alquiler. ¿Qué necesidad tenía una señora inteligente como Cifuentes de enviscarse en tan feo asunto? No puedo sino imaginar que lo ha encontrado arrebatadoramente progre. Definitivamente trendy. Insoportablemente top. Pero, cediendo a esta tentación de popularidad fácil, permite entrever que apenas ha dedicado tiempo a reflexionar sobre el destino de las desgraciadas hembras que los ricos del primer mundo utilizan para ser felices, como si fuesen animales de carga. El embarazo deja exhausto el organismo y la separación del hijo biológico es un trauma, al menos físico, inevitable. Colaborar con ello es cínico. La otra, tremenda posibilidad, es que Cristina Cifuentes haya pensado en ello y, sin embargo, haya antepuesto el interés de los ricos y poderosos, los que se pueden pagar un hijo, al destino de los miserables. Eso sería doblemente trágico. Significaría optar por quienes alquilan las entrañas ajenas.