Marta Robles
Sin remedio
La historia de Diana Quer nos tiene a todos conmocionados. Lo de menos, aunque sea feo y triste, son las acusaciones entre los padres, atrapados en un mal divorcio –ninguno es bueno, pero algunos son terribles–. Lo de más es que Diana no aparece. Las breves pistas que se van conociendo, aportadas por los amigos de la chica, referentes a su teléfono o relacionados con los coches que circulaban por la zona no aportan la luz suficiente como para esclarecer este complicado caso y menos aún para que la niña dé señales de vida. «Si alguien sabe algo que lo diga», pidió su madre al comenzar la semana, al borde de la lágrima, por primera vez a punto de derrumbarse ante unas cámaras que la sienten fría, que parecen querer que la desesperación se grite y no se contenga y sospechan de quien no se desmaya en el dolor. Pero lo cierto es que tampoco sus palabras rotas conmovieron lo suficiente a quien tuviera que hacerlo. A quien sabe algo. Porque nadie dice nada. Incluso los testimonios de los colegas de farra y alegría de Diani, como la llaman cariñosamente en casa, parecen controlarse a la hora de hablar, por discreción, por prudencia, o porque no quieren verse envueltos en un asunto tan oscuro como éste, con peores perspectivas según van pasando los días. Los investigadores siguen con su trabajo de manera concienzuda y silenciosa y, pese al ruido mediático, se concentran en desmenuzar cada uno de los elementos que puedan conducir, según su criterio, al desenlace. Por desgracia, ese final aún no se atisba en el horizonte. Así que la angustia de todos, involucrados y espectadores, va creciendo sin remedio.
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