Alfonso Ussía
Somos gentuza
La gran noticia del pasado martes, la que acaparó los medios escritos, audiovisuales y las llamadas redes sociales, fue la celebración del Día de la Mujer. Pero muy pocos recordaron a cuatro mujeres. Eran Hermanas de la Caridad, la orden fundada por Santa Teresa de Calcuta. Escribo en pasado porque fueron asesinadas en Yemen por los terroristas del Estado Islámico que no condenan los de «Podemos». Intentaré resumir la noticia que no interesó a casi nadie. Las cuatro Hermanas de la Caridad cuidaban a los ancianos de un asilo. Las cuatro asesinadas y la Superiora. Los valientes terroristas, los que Pablo Iglesias recomienda combatir con sonrisas de amor, irrumpieron en el asilo. Dispararon contra las cuatro religiosas y los ancianos acogidos a su caridad y cuidado. A dos de ellas, para asegurar el heroico resultado de la batalla entre las ametralladoras asesinas y los hábitos indefensos, los terroristas las decapitaron. Además de las cuatro religiosas, por aquello de culminar una valiente hazaña, fueron masacrados ocho de los ancianos residentes. Oído el estrépito de los disparos y los gritos de los canallas, la Superiora se dirigió a la capilla y tomó entre sus manos, después de abrir el Sagrario, el cáliz que guardaba las Sagradas Formas, las hostias consagradas. Se acurrucó en un rincón de la capilla, y se las comió. Los cuerpos de sus cuatro compañeras martirizadas y los ocho ancianos asesinados yacían sobre un espeso charco de sangre. Sangre reunida de doce seres humanos acribillados y dos cabezas separadas de un tajo de sus cuerpos. Los terroristas sabían que eran cinco las religiosas, y buscaron a la quinta por todos los rincones. Pero no la hallaron. No registraron el rincón de la pequeña capilla. Con el objetivo casi cumplido, los asesinos que no condenan los de «Podemos» abandonaron el asilo entre abrazos y gritos de júbilo. Sin un rasguño, claro. Las monjitas tuvieron como única arma de defensa su Cruz, y los ancianos, su estupor. Se celebraba en la puta Europa el Día de la Mujer, y cuatro mujeres cristianas –de ahí la falta de interés–, cuatro religiosas católicas que cuidaban ancianos –por ello el silencio–, eran brutalmente martirizadas por unos asesinos medievales admirados por las izquierdas populistas y estalinistas, y nadie o casi nadie se acordó de ellas. Ni de ellas ni de ellos. Somos gentuza.
Ignoro si los cristianos españoles, como nos deseó años atrás un grupo de tolerantes miembros de «Podemos» arderemos como en el año 1936. Ardieron religiosos, y muchas iglesias y obras de arte. La eliminación de Dios es una obsesión revolucionaria , un pensamiento común compartido por el comunismo y el islamismo, que desea un mundo teocrático sin competencias. Al Dios que abraza y perdona lo odian. Al dios que ampara a los terroristas y desprecia a las mujeres, lo respetan. Al pensamiento no se le puede combatir con la cobardía y el instinto de conservación. Hay que combatirlo con otro pensamiento, con valentía, sin complejos. Pero la sociedad española vive pendiente exclusivamente del IBEX, de los pactos políticos, de la prima de riesgo, de la deuda pública y de los semáforos de Valencia. El Yemen queda muy lejos, y además, si los que asesinan son islamistas y los asesinados cristianos, el asunto carece de importancia. Somos gentuza.
Es de esperar que Pablo Iglesias condene la masacre de las Hermanas de la Caridad martirizadas junto a sus afligidos por los terroristas que se niega a condenar. Aunque sea de esperar, no lo va a hacer. Pablo Iglesias no lucha contra el dinero. Se ha demostrado. No lucha por la libertad, y se ha demostrado. Lucha contra el humanismo cristiano, el principal soporte de los Derechos Humanos del mundo civilizado. Cuatro mujeres católicas, cuatro Hermanas de la Caridad asesinadas por sus protegidos, son una anécdota.
Y nosotros, gentuza.
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