Lucas Haurie
«Striptease» de MR
Mahiedine Ronaldo es uno de los mejores del mundo en su especialidad. Pocos los aventajan, singularmente un pequeñajo llamado Leo Kemboi, que le ha birlado dos balones de oro olímpicos en la recta de meta. Pero no es ningún desdoro ser el segundo mejor del planeta, estatus que ha logrado gracias a un amor propio que lo hace entrenar como un animal. En Europa, eso sí, Mahiedine Ronaldo no tiene rival. Cuando se disputa la primacía continental –una, dos, tres veces–, este niño pobre que se ha hecho rico gracias a su esfuerzo aplasta a sus adversarios. Nunca fue ejemplo de deportividad (¿puede ser deportivo el insaciable canibalismo?), pero el gran público y los patrocinadores lo adoran: por su fortaleza inquebrantable, por su voluntad de acero, por nunca resignarse a la derrota por mucho que Leo Kemboi, a quien la naturaleza ha dotado de un don, habite una galaxia inalcanzable. En la final de la Copa de Europa, Mahiedine Ronaldo hizo un alarde. Cuando la victoria ya era suya, se quitó la camiseta y empezó a hacer posturitas con el único (y ridículo) propósito de lucir su torso esculpido. ¿Idiota? Sí. Y nada elegante con sus rivales: el Olympique de Kowal (¡su compatriota!), el Bayern de Zalewski y, sobre todo, nuestro Atlético Mullera. Pero, ¿son la idiocia y la falta de elegancia factores suficientes como para descalificar a un inmenso deportista? Ahí te quiero ver.
Posdata. La Federación Española actuó doblemente mal: por su indigna reclamación y por favorecer con ella al siniestro comprador de cositas por internet.
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